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PROTRÉPTICOS: LAS EXHORTACIONES A LA FILOSOFÍA. de una implícita ambigüedad en los términos empleados2. Por eso, si Platón pretendía diferenciar a su Sócrates de las corrientes y prácticas de su época debía ser mucho más explícito mostrando que además de ser un experto en estas disputas erísticas, sus preguntas y respuestas no tenían como propósito la victoria en la conversación ni la pura persuasión, sino la búsqueda compartida del conocimiento. Un rol decisivo parece haber desempeñado Isócrates, tanto en las exhortaciones platónicas como en el Protréptico aristotélico. Para el orador, las prácticas dialécticas de la Academia en nada se diferen­ ciaban de las de un Gorgias o un Hipias, quienes, supuestamente, buscaban la Vitoria en los tribunales y la Asamblea con independencia de que sus palabras se ajustasen en mayor o menor medida a la reali­ dad. Sin embargo, para Isócrates no resulta posible ese conocimiento casi divino en que Platón hace radicar su pensamiento, sino solamen­ te una opinión que, no obstante, puede constituir un acuerdo y ser de utilidad para la ciudad. Los socráticos, a su juicio, pierden el tiempo en disputas verbales y discusiones teóricas acerca de los astros y la naturaleza que en nada benefician al que quiere ser educado y llevar una conducta virtuosa. Por estos motivos, encontramos en ambas obras una defensa ra­ dical de lo que Platón considera que es la verdadera filosofía, a saber, el mayor bien y, al mismo tiempo, aquello que procura los mayores bienes para el hombre. Como sabemos por la Apología , Sócrates re­ nunciaría a su puesta en libertad si conllevase la prohibición de seguir filosofando, pues una vida sin examen no merece ser vivida. Obvia­ mente, no todos compartían esta opinión, sino que en la multiforme Grecia clásica convivían muy diferentes opiniones y modelos de vida, entre los cuales, por lo que parece, el filosófico no era el más presti­ gioso. Sin embargo, señala Platón, como lo hará tantas veces Aristóte­ les, todos parecemos perseguir un mismo fin, que, pese a la paradoja puramente verbal, ha de servir de inicio a la discusión: “¿No deseam os a c a s o todos nosotros, hombres, ser dichosos? ¿O es ésta, tal vez, una d e aqu ellas pregun tas qu e h a c e un instante tem ía qu e p rovo caran 2 Aristóteles analiza muchos de los argumentos y las falacias mencionados en el Eutidemo en sus Refutaciones Sofísticas. NAT. GRACIA LVII 1/enero-abril, 2010, 103-128, ISSN: 0470-3790 105

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