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IGNACIO GARCÍA PEÑA la superioridad de la filosofía sobre cualquier riqueza o bien externo, de la salud y bienestar del alma sobre cualquier posesión o adorno corporal. Como en el Eutidemo, esos bienes no son tales cuando no van acompañados de buen juicio, sino que resultan más perjudicia­ les cuantos más se posean. Como decimos, las resonancias platónicas son, en ciertos pasajes, indiscutibles. Para Jaeger, el Protréptico mues­ tra un misticismo y platonismo evidente, característico de la primera etapa del pensamiento aristotélico, en la cual defendía a ultranza los ideales de su maestro y la Academia. Según Düring, por el contrario, no debe exagerarse esta perspectiva, dado que el estagirita muestra ya algunas de las doctrinas características de sus obras posteriores, pro­ poniendo además una conducta prudente y mundana muy lejos del misticismo que aquel autor le supone. Y aunque este último intérprete parece acercarse más a la realidad, creemos que ocurre aquí lo mismo que en el conjunto de la filosofía de Aristóteles, la cual, a su modo, es una reformulación del platonismo, que se basa y va más allá de él. En cualquier caso, al margen de las diferencias y semejanzas con el pensamiento de Platón, en el Protréptico encontramos argumentos brillantes e ingeniosos. Sobre la necesidad de la filosofía, Aristóteles nos dice algo tan aparentemente simple como lo siguiente: hemos de filosofar, pues incluso si se considera que tal cosa no debe hacerse, es necesario proceder a base de razones y argumentaciones filosóficas. Por lo tanto, filosofa también quien considera que no se debe filoso­ far. Según la verosímil reconstrucción de los fragmentos, Aristóteles desea servirse, a continuación, de uno de sus conceptos capitales, el de fin (teXoc;). Éste, por su parte, se halla íntimamente vinculado a los de naturaleza (cj^oic;) y arte Cc^ri). Ambos se oponen al azar ( túx 1!)» pues lo que ocurre conforme a él no tienden a fin alguno ni a la reali­ zación de ningún objetivo. Algunas cosas, por el contrario, deben su existencia a una planificación y a un cálculo, como son los productos del arte, un barco o una casa, por ejemplo. Esto mismo ocurre con la naturaleza, generadora de plantas y animales, a cuyos fines puede contribuir el arte humano, como es el caso de la agricultura, pues aunque algunas semillas germinan espontáneamente, otras necesitan el cultivo y las herramientas específicas para ello. Así, podemos decir 112 NAT. GRACIA LVII 1/enero-abril, 2010, 103-128, ISSN: 0470-3790

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