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ALFONSO SALGADO RUIZ Para terminar, debemos recordar la cautela con la que hemos podido elaborar este perfil posible de la personalidad de Jesús de Nazaret. El supuesto básico es que en las narraciones evangélicas de la vida y mensaje de Jesús existe un esbozo implícito de su psicolo gía, de sus motivaciones y rasgos. Es cierto que buena parte de los mimbres con los que elaborar este tejido deben ser asumidos como el resultado de la construcción social que una comunidad, desde sus situaciones concretas, hace de la persona que consideran más impor tante y digna de identificación con ella: cuando la comunidad afirma que /Dios lo ha resucitado! está indicando que se re-configura todo su pasado, de manera que sus acciones y palabras cobran un sentido nuevo y divino para quienes las recuerdan y transmiten a otros (Váz quez, 2001). Durante su vida se dijeron muchas cosas de Jesús, y no todas buenas y elogiosas y es preciso, por tanto, asumir el criterio de que cuando existe un rasgo de personalidad de Jesús implícito en un hecho o dicho atribuido a él por un evangelista, que es similar o muy coherente con otro que aparece como propio del Jesús histórico, pue de ser considerado como fiable, aunque el dicho o el hecho narrado no lo sea (Vázquez, 2001). Sucede que cuando se narra la vida de una persona, el narrador no recuerda exactamente los hechos, pero descri be cómo ocurrieron basándose en la imagen que del protagonista se tiene. En esto tienen validez las narraciones evangélicas para describir el perfil psicológico de Jesús: el narrador parece respetar la imagen y estilo de ser, actuar y hablar de Jesús, en sus rasgos más típicamente suyos, provenientes de una primera fase de tradición; quizás no sea “exactamente fiel” en un segundo momento, pero sus afirmaciones provienen de la imagen que de Cristo tenían los que sí le conocieron y escucharon, y que son quienes han tejido la imagen social de él, a partir de la experiencia y el trato directo. En este sentido, puede resumirse este perfil diciendo que Jesús de Nazaret está profundamente marcado por la dimensión religiosa de la vida, y que es ésta la característica central de su personalidad. Como veremos después, se ajusta bien al modelo de hombre con for talezas de trascendencia descritas por Peterson y Seligman (2004): no es un sabio ni un filósofo, no es un político ni un revolucionario, no es un curandero ni un exorcista. Parece mejor ajustarse al hombre re- 14 NAT. GRACIA LVII 1/enero-abril, 2010, 7-51, ISSN: 0470-3790
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