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¿SER CREYENTE HACE FELIZ? religiosa no tiene valor en sí misma sino en cuanto medio para favorecer los objetivos buscados, - vivencia honda de gratitud, que se torna compromiso, sueño, proyecto,... no para “justificarme y salvarme” sino para devol­ ver tanto bien recibido. La teología cristiana presenta al Dios de Jesús como un Dios pro­ fundamente humano, no porque sea una proyección de nuestros más íntimos deseos sino porque creer en el Dios de Jesús, intentar vivir y vivirnos desde el seguimiento a Jesucristo es una invitación a ser hombres y mujeres profundamente humanos, terrenales, limitados, conscientes de que la fe es sólo fe y nada menos que fe. Probable­ mente, la humanización de la fe es la mejor manera de hacer que ésta no sólo no sea un factor de riesgo para nuestra salud mental, sino un factor de promoción de la misma. Una fe desarraigadamente basada en lo divino trae como consecuencia, paradójicamente, una deshuma­ nización de la misma, una fe que atenta contra la dignidad infinita de lo humano que esa misma fe dice proponer. La fe que propone Jesús es una fe que no es “todo saberv (Do­ mínguez, 2006). Una fe que elude ser humana pretende situarse en el mundo y ante los demás como si fuera un pequeño dios, firme en sus certezas porque mediante su vinculación con el Omnisciente, obtiene respuesta y explicación a toda posible duda u oscuridad. Pero el Dios que nos muestra Jesús no es un Dios garante de saberes y certezas. Cristo no se ofreció para proporcionar respuestas y explicaciones so­ bre todos los secretos del hombre y del cosmos. Por eso la fe del se­ guidor de Jesús es más pacífica que la del fanático y la del inquisidor, y más modesta. Sabe lo que sabe y sabe lo que cree, y lo que cree no porque sea una evidencia, sino porque dice saber de quién se ha fiado. La fe de Jesús no es una “f e de poder”, no pretende ser una es­ tratagema para eludir la renuncia a los sentimientos infantiles de om­ nipotencia. Cuando Dios es un apéndice del propio yo, puesto a su favor y su servicio, la fe deshumaniza y atenta contra la persona. Es la fe en un Dios que se convierte en calmante del dolor y la impotencia, y que tiene como función suprema la de gratificar y hacer llevadera la dureza de vivir. Un Dios que achica y empequeñece lo humano NAT. GRACIA LVII 1/enero-abril, 2010, 7-51, ISSN: 0470-3790 43

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