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¿SER CREYENTE HACE FELIZ? pondrá más adelante, estos comportamientos y actitudes resultan alta­ mente protectoras de la salud mental y del desarrollo personal. Todavía son más numerosos los trabajos que relacionan especí­ ficamente salud mental con creencias y prácticas religiosas. En la ac­ tualidad no es posible aceptar -con los datos que se poseen acerca de la psicopatología y los factores de riesgo- que tener elevado sentido de trascendencia y conformar un estilo de vida basado en la fe reli­ giosa esté relacionado con mayor incidencia de sintomatología psi­ quiátrica (Grom, 1992). Antes al contrario, en uno de los trabajos más rigurosos sobre la relación entre el índice de religiosidad y factores de riesgo para la salud mental se concluyó que las mujeres creyentes tenían menos estrés, presentaban menores índices de trastornos psi- cofisiológicos y unas puntuaciones más bajas en depresión y ansiedad (Crawford, 1990). Por nuestra parte, tras un meta-análisis de treinta y seis trabajos empíricos desarrollados entre 1990 y 2008 que relacionan fe religiosa y salud mental (Salgado, en prensa), podemos constatar que (1) las personas que consideran importante su vertiente religiosa muestran un mayor bienestar psicológico subjetivo y una más elevada esperan­ za de poder configurar su proyecto de vida (i.e. competencia perso­ nal) que las que no estiman en nada esta dimensión; (2) la convicción de que su vida es valiosa, no inútil, depende más de la importancia que las personas religiosas dan a su fe que de los ingresos económi­ cos, la formación profesional, la salud, la edad, la situación familiar o la amplitud de su círculo de amistades. Además, (3) esta convicción tiene mayor capacidad predictiva que la pertenencia a una determi­ nada comunidad o iglesia, por lo que el “plus” psicohigiénico de la fe no puede atribuirse únicamente al apoyo social prestado por la comunidad creyente. Por último, (4) son numerosos los estudios que confirman que la fe ayuda a hacer frente a situaciones de pérdida o duelo, (5) mejora la autoestima -sobre todo si se concibe que Dios no es una autoridad que exige y juzga, sino un Padre que acepta, perdo­ na y estimula el crecimiento personal y ayuda a ser compasivo con los errores y maldades de los demás, y (6) ayuda a relativizar ciertas valoraciones externas sobre la persona que pueden resultar dañinas sobre el propio concepto. NAT. GRACIA LVII 1/enero-abril, 2010, 7-51, ISSN: 0470-3790 17

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