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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS cósm ico : “Yo dije: “Sois dioses, todos vosotros sois hijos del Altísimo” (Sal 82,6). La afirmación de nuestra pertenencia al Universo-Obra de Dios y prolongación de su naturaleza, nos hace partícipes de su mismo ser. Y, aprovechando el servilismo interpretativo de la letra bíblica, se llega a la presentación de hombres que son dioses. Copiamos literalmente lo que nos dice el Sal 82, 6: “Yo dije: “Sois dioses, todos vosotros sois hijos del Altísimo Naturalmente que su afirmación re­ quiere una doble interpretación: la cita y el recurso al mismo texto que hace Jesús para defensa de su divinidad. La afirmación del Sal 82 ,6 es fruto de una liturgia o visión pro­ fètica transmitida en un oráculo de denuncia (Sal 82, 2-5) y otro de castigo ( Sal 82, 6-7). Nos interesa, sobre todo, el primero; es una escena judicial solemne y estremecedora. Dios se levanta. Este gesto se le atribuye a Dios cuando se siente obligado a emitir un dictamen y pronunciar una sentencia (ver Is 3,12) Sal 7. 7; 68, 2; 76,10; 94,2). Comienza dirigiendo a los acusados, jueces inicuos que corrompen la justicia, una pregunta de tono profètico que constituye una denun­ cia sin paliativos de sus prácticas corruptas, de su parcialidad, de su injusticia radical (como en los Sal 5 8 y 94): “¿Hasta cu án d o juzgaréis injustamente, h a c ien d o con los impíos acep ción d e personas?”H aced ju sticia a l pobre, a l hu érfano; tratad justam en te a l desvalido y a l menesteroso. L ibrad a l p o b r e y a l necesitado, sa c ad le d e las garras d el impío. Pero no saben ni entienden, an d an en tinieblas, vacilan los cim ientos todos d e la tierra. Yo dije: “Sois dioses, todos vosotros sois hijos d el Altísimo ” (Sal 82,2-6). Continúa exhortándolos a cumplir sus deberes especialmente a favor de aquellos que sólo de los tribunales pueden esperar ayuda y valimiento: los más pobres, los desvalidos, los indefensos. Que en la sede de la justicia se decepcionen sus esperanzas y sean humillados, maltratados y entregados en manos de los malvados, cuya maldad, por otra parte, se ampare y se consiente, es un delito gravísimo: hasta los cimientos de la tierra se conmueven por la magnitud del criminal contrasentido. Nada ni nadie puede quedar indiferente, y el espanto sacude incluso a la naturaleza en una manifestación de misteriosa solidaridad con los humanos. 554 NAT. GRACIA LVI 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790

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