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LA REALIDAD SUPREMA una concreta teología? En mi opinión, la función más importante que corresponde al arte y a la ciencia consiste en despertar y en mante­ ner vivo este sentimiento en quienes tienen capacidad de recibirlo. Se ha acusado, por tanto, a la ciencia de socavar la moralidad, pero esta acusación es injusta. El comportamiento ético del hombre debería estar efectivamente basado en criterios de compasión, edu­ cación y lazos y necesidades sociales; no se precisa para nada una base religiosa. Mal andaría la humanidad si su único freno fuese el miedo al castigo o la esperanza de recompensa en la otra vida. Resulta fácil entonces entender por qué las iglesias han atacado a la ciencia y han perseguido a sus seguidores. Por otra parte, sostene­ mos que el sentimiento cósmico religioso constituye la más fuerte y noble motivación de la investigación científica. No hay aquí lugar a la divinización de ninguna clase, menos aún de ningún individuo. ¿Acaso no somos todos hijos del mismo padre, según expresa el lenguaje religioso? Realmente, ni siquiera la divini­ zación de la humanidad, considerada como una totalidad abstracta sería acorde con el espíritu que encierra aquel ideal. Solamente el individuo está dotado de alma, o mejor, de espíritu. Y el sumo des­ tino del hombre es servir, antes que mandar o imponer su voluntad del modo que sea. En un principio, por tanto, en vez de preguntar qué es la re­ ligión, preferiría preguntarme sobre qué es lo característico de las aspiraciones de una persona religiosa, según yo lo entiendo: una persona iluminada por el sentimiento religioso es para mí alguien que, en la medida de sus posibilidades, se ha liberado de los grilletes de los propios deseos egoístas, y alienta pensamientos, sentimientos y deseos de carácter suprapersonal. Ahora bien, aun cuando en sí mismos los campos de la ciencia y de la religión están claramente delimitados entre sí, existen, sin embargo, entre ellos fuertes relacio­ nes y dependencias recíprocas. No puedo concebir a un auténtico científico que carezca de esa profunda fe. Todo esto puede expre­ sarse con una imagen: la ciencia sin la religión está coja, y la religión sin la ciencia ciega (147, 158, 159, 163, 165, 166). Sir J. Jeans (1871-1946) está convencido de que la mayoría de los científicos estaría de acuerdo en admitir que no se trata nada NAT. GRACIA LVI 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790 549

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