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LA REALIDAD SUPREMA Si los nuevos descubrimientos contradecían de hecho a las en­ señanzas de la Iglesia en algunos puntos, la cosa podía tener esca­ sa importancia, ante la posibilidad que habrían de percibir con tal inmediatez las obras de Dios en la naturaleza. “G racias a ti, Señor Dios, C reador nuestro p o r h a b erm e perm itido contemplar la belleza d e tu ob ra crea d o ra Kepler se sentía profundamente conmovido por el hecho de haberse tropezado con una conexión central de la que el hombre no tenía aún la menor idea, por haberle estado reser­ vado a él su reconocimiento por primera vez -una conexión de la más excelsa belleza. La religión propiamente dicha no habla, sin embargo, de nor­ mas, sino de ideales orientadores por los cuales deberíamos guiar nuestra conducta y a los cuales, a lo sumo, podemos intentar acer­ carnos. Estos ideales no brotan de la consideración del mundo inme­ diatamente visible, sino de la región de las estructuras a él subyacen­ tes, a la que Platón se refería como mundo de las Ideas y a las que se refiere la Biblia cuando dice que “Dios es espíritu”. La ciencia trata de dotar de un significado objetivo a sus con­ ceptos. Pero el lenguaje religioso debe evitar precisamente el dividir al mundo en dos lados, objetivo y subjetivo; pues, ¿quién se atrevería a afirmar que el lado objetivo es más real que el subjetivo? De modo qu e d eb eríam os intentar no m ezcla r am bos lenguajes; deberíam os tratar d e p en s a r d e un modo más sutil d e cóm o basta ah o ra estába ­ mos acostum brados a hacerlo ( 61, 71, 99, 73, 74). S. Schrödinger (1887-1961) afirma que la imagen científica del mundo que me rodea es muy deficiente. Proporciona una gran can­ tidad de información sobre los hechos, reduce toda su experiencia a un orden maravillosamente consistente, pero guarda un silencio sepulcral sobre todos y cada uno de los aspectos que tienen que ver con el corazón, sobre todo lo que realmente nos importa. La imagen científica del mundo constituye un salvoconducto para comprender todo cuanto acaece. Podemos entender el Universo como una má­ quina de relojería que podría marchar por sí misma sin pensar en otros valores como la conciencia, la voluntad, el esfuerzo, el dolor, el placer, ni la responsabilidad conectada con todo ello. Y esto nos ocurre por haber dejado fuera, por haber excluido, la propia perso- NAT. GRACIA LV1 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790 547

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