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LA RFALIDAD SUPREMA esencia de la religión. Una segunda definición más laica, la traslada­ ría a la convicción de que todo tiene sentido. Sería la búsqueda del sentido a través de todo aquello que carece de él. La más clásica la presentaría como la unión o “religación ” con Dios. Intentando una síntesis de las tres definiciones dadas nos acer­ caríamos a la verdadera. En cierta ocasión los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el reino de Dios. “¿Cuándo va a venir el reino d e Dios?”. Les respondió; “El reino d e Dios no va a venir d e modo aparatoso. Ni d irán : “Aqu í está o a l l á ”. Sabed qu e el reino d e Dios está dentro d e vosotros” (Le 17,20-21). Jesús habló de Dios o de su Reino como de una realidad que existe en el corazón humano y como una fuerza que le impulsa a marchar en su busca. Dios es la realidad que buscamos. También es la realidad que poseemos como don: “Por eso os digo qu e se os qu itará el reino d e Dios y será d a d o a un pu eb lo que p r o d u z c a los fru tos del R ein o” (Mt 21,43). Don concedido, regalo generoso; no posesión definitiva. Puedes verte privado de ella, si no te sirve para d a r sentido a tu v ida , para descubrir la plenitud de la misma. Considerada únicamente como “religación” con Dios, nos situaría en el terreno de la normativa absoluta para que el hombre pueda acceder a Dios; consideraría a Dios como una realidad ina­ movible, como un legislador implacable, y al hombre como mero observante de las leyes que imponga. Inmovilizaríamos a Dios y al hombre. No se tendría en cuenta que la religión es un caminar hacia Dios, que, como en todo camino, existe una variedad cambiante de paisajes y llena de sorpresas; que se hace necesario cambiar de di­ rección, evitar sendas impracticables y elegir vías nuevas. Si el hombre es un ser cambiante, también debe serlo la reli­ gión. La religión repetitiva, inmovilizada e inmovilizante, inmutable y absoluta va en contra de la naturaleza del hombre. La verdadera religión debe tener siempre la humildad suficiente para desdecirse constantemente de cosas antiguas y afirmar cosas nuevas. Sólo así ofrecerá al hombre la confianza que busca y quiere encontrar en ella. Para seguir adelante, necesitamos repetir la frase anteriormen­ te citada: la teología del milenio que acabamos de empezar o será NAT. GRACIA LVI 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790 545

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