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LA REALIDAD SUPREMA revelar al dichoso escriba, semibárbaro, que la vida animal surgió en el agua? ¡Sólo UNO pudo ser! No me cabe la menor duda. Pero la verdad es que el fenomenal visionario ha resumido en una simple frase y en absoluto orden, las Eras del Precámbrico, arriba apuntado, y las del Paleozoico y parte del Mesozoico , nada menos. Sexta Fase: “¡Produzca la tierra animales vivientes de cada espe­ cie!”. Y así se hizo en parte del Mesozoico y en el Cenozoico , en cuyo período cuaternario, hará tan sólo dos o tres millones de años. El que es, dijo: “¡Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza, y macho y hembra los creó!”. Somos, en efecto, la preciosa guinda en la tarta de la creación. ¿Cómo lo sabía el pobre hagiógrafo? Prodigioso, increíble, fabuloso. Faltan superlativos para descri­ bir esta Revelación... Si tiramos a la papelera el cap. 2, el de Adán y su costilla, la serpiente y la manzana, no pasa nada, ¡te lo aseguro! Este primer capítulo del Génesis es todo un tratado taxonómico (lo relativo a la dosificación de los seres). Aún si hubiera sido escrito hace tan sólo 200 años sería un milagro. ¿Quién puede dudar de la Revelación? ¡Por favor, abandonemos nuestro orgullo y necedad de una vez y reconozcamos, con unción y veneración las grandes ver­ dades reveladas! Y este primer cap. del Génesis es una de ellas. Séptima Fase: “¡Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó por­ que en él cesó su obra creadora!’'. La frase demuestra que la Creación continúa (Jn 5,17). Cómo dijo san Agustín: el séptimo día somos no­ sotros, hechos a su imagen : sus hijos predilectos, sus criaturas, y que para eso nos hizo... ¡para que continuáramos su magna obra! Pero la materia que nos constituye biológicamente como imprescindible elemento relacional de tan prodigioso Creador, Espíritu Puro , del que somos ojos, boca, brazos y manos ha recorrido un largo cami­ no evolutivo, y del mismo ha heredado un egoísmo que en épocas pretéritas, quizá fuese necesario a nuestros predecesores para sub­ sistir como potencial Especie Prodigiosa, y ese egoísmo, fuertemente arraigado en nuestros genes, es el que tenemos que vencer para que fluya a torrentes el Espíritu que esencialmente somos, y podamos actuar como auténticos hijos, como lo fue Jesús de Nazaret, el Pri­ mogénito, el Arquetipo humano. NAT. GRACIA LVI 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790 541

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