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LA REALIDAD SUPREMA vida es un “valle de lágrimas” en el que “gemimos y lloramos” y después nos vamos al infierno porque somos malos y grandísimos pecadores “manchados” o alejados desde el principio buen destino nos espera. Un dios tan malvado ni puede existir ni existe. Como tampoco existen unos hombres sobre los que pesa la condenación desde antes de nacer. Remitimos a lo dicho a propósito del “Proceso evolutivo humano” y al big-bang en cuanto semilla del mejor Sem­ brador. Esas personas deberían saber que no nacemos condenados a ningún suplicio, sino destinados a participar en los frutos de la se­ milla fecunda y gozosa del mejor Sembrador. El pecador no nace, se hace. Por el hecho de ser hijos de Dios nacemos limpios. Los “pe­ cados” los cometemos a lo largo de la vida y son desviaciones del Camino que el Hijo de Dios nos enseñó y que no es distinto de Él mismo, no son tropelías dignas de mayor castigo, sino faltas y erro­ res. Y en eso consiste la vida: en aprender para superar fallos. Por eso la vida es camino de perfección, con rosas y espinas por igual. Acabamos de mencionar al mejor Sembrador. ¿Podemos imagi­ narlo haciendo que su obra, su parcela, el Universo, sea en verdad un “valle de lágrimas” donde sitúa a unas personas para que “giman y lloren”? El Dios en el que yo creo no es así. En lugar de “valle de lágrimas”, deberíamos acostumbrarnos a hablar de “valle de alegrías” o titularlo, de otro modo, “La alegría del Valle”. La Salve, iniciada por Dios por medio del ángel como anuncio de la plenitud de la gracia, llega a su deterioro total cuando nos autopresentamos como “los desterrados”, “hijos de Eva”, “dominados por el gemido y el llanto” en este “valle de lágrimas”. Al llegar al “valle de lágrimas”, mi gar­ ganta no puede más; pierde su entusiasmo, su fuerza y se refugia en el silencio. La angostura del valle umbroso y sin salida me inunda de triste­ za y amargura; es como un paréntesis cargado de añoranza inconte­ nible por algo distinto y mejor. ¿Es que no hay alegría en los valles maravillosos que el Autor de la Vida y el mejor Sementero han derra­ mado en su obra para que sus hijos gocen de esas maravillas? Claro que lo hay. Y el final de la Salve nos sitúa ante su contemplación, cuando dice: “Muéstranos a Jesús... que cumpla en nosotros sus p ro ­ mesas y amor. “Es el valle de la a legría”o “La alegría del valle”. ¿Por NAT. GRACIA LVI 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790 509

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