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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS mundo desconocido y abierto, cuando un verdadero diálogo entre Dios y la Ciencia puede porfin comenzar’™. Esto nos lleva a una pregunta inevitable. ¿Hay una intención en la naturaleza?No es una pregunta científica, sino más bien filosófica y religiosa. Personalmente nos sentimos inclinados a responder que sí. Pero, ¿qué forma posee esa intención, cuál es esta intención? Son preguntas que nos suscitan mucho interés. Pero no tenemos res­ puestas. De un modo alegórico, se puede decir, con sumo cuidado: si la “naturaleza” (o el Universo, o la realidad) tuvo la “intención de engendrar seres conscientes”, habría “hecho” exactamente lo que hizo. Es un razonamiento a posteriori , por supuesto, pero eso no lo priva de interés1 . La impresión de que “algo ha debido originar todo esto” está fuertemente enraizada en la cultura occidental. Y existe un amplio consenso de que ese “algo” no puede caer dentro del alcance de la investigación científica; debe ser, en algún sentido, sobrenatural. Los hombres de ciencia, sostienen el argumento, pueden explicar esto o aquello. Podrían incluso ser capaces de explicar cuanto se encuentra en el Universo físico. Pero en algún eslabón de la cadena de explica­ ciones llegarán a un punto muerto, a un punto en el que la ciencia ya no puede penetrar. Es el llamado Muro de Planck. Este punto es la creación del Universo como un todo, el origen último del mundo físico12. 6. L a M isión de J esús a) El deseo de Jesús fue ayudarnos a despertar a Dios. La salvación es la metanoia, el retorno a Dios, al reino de Dios. “El reino de Dios está en vosotros”(Le 1 7,29b). “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva ” (Me 1,15). Ni 10 W. JÄGER, O.e., 49-50. 11 W. JÄGER, O.e., 9. 18-19. 12 X. LÉON-DUFOUR, Lectura del Evangelio de Juan, Jn 1-4. Vol. I, Sala­ manca, Sígueme, 1989, 60. 494 NAT. GRACIA LVI 3/septiembre-diciembre, 2009, 481-566, ISSN: 0470-3790

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