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MANUEL LÁZARO PULIDO mostrar la evidencia que se le presenta al alma humana de la exis­ tencia de Dios29. A esta presencia impresa en el alma se le suma, en segundo lugar, la presencia de la verdad indudable desde la creaturas. Al ser este un escrito académico sigue un análisis de diez propiedades y sus suposiciones: los argumentos utilizados son de corte aristotélico y eminentemente de perfil racional y de filosofía natural, utilizados sobre la base agustinista de la teología de la imagen lo que hace dar a toda la argumentación un perfil racional (Aristóteles, Boecio Averroes y Avicena con citados)30. Tras esta argumentación entra en escena san Anselmo, para demostrar que “ Toda verdad tan cierta que su opuesto no pu ed e pensarse, es una verdad indudable; ahora bien , tal es la verdad de la existencia de Dios"01. Y es que el tema del conocimiento de Dios, de lo que siglos más tarde se conocerá como “teodicea”es en san Anselmo una cuestión prioritaria y san Buenaventura lo sabe y lo utiliza en los siguientes números de sus Fundamenta02. Las tres prue­ bas citadas con anterioridad de nuevo aparecen y de la última san An­ selmo es el protagonista principal: psicológica, física, ontologica. La segunda, se genera en nosotros desde fuera {extra sé), pero la primera y la segunda tienen un protagonismo en la elaboración del sujeto, y muestran un cariz totalmente diferente. Aquí la psicología de raíz agustiniana se contrapone a la evidencia ontologica de la racionalidad anselmiana y el orden no es indiferente. El primer hecho deviene por la presencia desde la iluminación de nuestras almas de la Verdad que aparece clara a la mente, para poder reconocer (en este caso desde una perspectiva racional) la verdad en las creaturas, y posteriormente argumentar lógicamente. El argumento ontologico nace desde la evi­ dencia de la Verdad presente en el alma psicológicamente, pero su­ perándonos ( extra nos). Que Dios existe es un presupuesto innato en nosotros y la metáfora de la luz significa la presencia de dicha verdad y el carácter a priori de la verdad. Solo desde ahí podemos intentar conocer que ese conocimiento es racional. Es desde la divina luz que 29 Ib., nn. 1-10. 30 Ib., nn. 10-20. 31 Ib., n. 20: “Omne verum, quod est adeo certum, quod non potest cogitati non esse, est verum indubitabile; sed Deum esse est huiusmodi”. 32 Ib., nn. 20-29. 368 NAT. GRACIA LVI 2/mayo-agosto, 2009, 351-385, ISSN: 0470-3790

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