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PABLO GARCÍA CASTILLO conozco, no me engaño. Como conozco que existo así conozco que me conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valor. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en lo que amo, pues aunque el objeto fuera falso, sería verdadero que amaba cosas falsas... Siendo estas cosas ciertas y verdaderas, ¿quién duda que cuando son amadas, ese amor es cierto y verdadero? Tan verdad es, que no hay nadie que no quiera existir, como no hay nadie que no quiera serfeliz. Y¿cómo puede serfeliz, si no existe?’**. Y, si estas verdades no las creamos nosotros, sino que las des­ cubrimos en nuestra alma y juzgamos las cosas tomándolas como reglas y criterios de valoración, es necesario concluir que han sido puestas en nuestra conciencia por quien es el ser, la verdad y el amor. Así lo argumenta San Agustín: “No podrás negar que existe la verdad inconmutable, que con­ tiene en sí todas las cosas que son inconmutablemente verdaderas, de la cual no podrás decir que es propia y exclusivamente tuya, o mía, o de cualquier otro hombre sino que por modos maravillosos, a manera de luz secretísima y pública a la vez, se halla pronta y se ofrece en común a todos los que son capaces de ver las verdades inconmuta­ bles... Si esta verdadfuera igual a nuestras inteligencias, sería también mudable, como ellas... pero ella, permaneciendo siempre la misma en sí, ni aumenta cuando es mejor vista por nosotros ni disminuye cuando lo es menos, sino que, siendo íntegra e inalterable, alegra con su luz a los que se vuelven hacia ella y castiga con la ceguera a los que de ella se apartan. ¿Qué significa el quejuzguemos de nuestros mismos entendimientos según ella, y a ella no la podamos en modo alguno juzgar?Decimos, en efecto, que entiende menos o que entiende tanto cuanto debe entender. Y es indudable que la mente humana tanto más puede cuanto más pudiere acercarse y adherirse a la verdad inconmutable. Así, pues, si no es inferior ni igual, no resta sino que sea superior’60. 49 SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios XI, 26. 50 SAN AGUSTÍN, Del libre albedrío XI, cap. 12, 33-34. 346 NAT. GRACIA LVI 2/mayo-agosto, 2009, 325-350, ISSN: 0470-3790

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