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BERNARDINO DE ARMELLADA arrojado a tierra, recobraba más fuerza todavía4. Nótese que ‘filisteo’ es igual a polvoriento ; por eso este mundo es hijo de la tierra y no puede ser vencido sino elevado de la tierra con la mente y estrechamente sujeto al pecho. Aquel gigante se llamaba Goliat , e. d., cautivador. Por eso este mundo tiene a muchos cautivos bajo la ley del pecado, liga dos con las cadenas de las concupiscencias terrenas, del honor, de las riquezas y de los placeres. Este mundo, pues, se vence desde lo alto despreciando y desdeñando esas cosas como cieno y estiércol, según el dicho de Pablo: Por Él (Jesucristo) p erd í todas las cosas, y las tengo p o r basura (Flp 3,8) . II. Parece, sin embargo, muy difícil despreciar de verdad y de corazón los honores del mundo, las dignidades, las graduaciones, ala banzas, riquezas, placeres y todos los otros bienes mundanos, que por su naturaleza parecerían deseables, puesto que el hombre teme la vergüenza, el desprecio, las injurias, la pobreza y cuantas cosas afligen la sensibilidad de la carne. Gigante terrorífico y formidable en extremo es efectivamente este mundo. Goliat había aterrorizado al todo el ejér cito de Israel hasta que llegó David , nacido en un lugar pobre, pastor de ovejas, joven inerme, pero reforzado con la fuerza divina, el cual, bajando a la arena para un singular combate con el gigante, lo venció, derribó y mató. Así Francisco venció a l mundo y triunfó. Dice Juan que todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, con cupiscencia de los ojos y jactan cia de las riquezas (ljn 2,16). Todos estos vicios los superó Francisco mediante el cultivo extraordinario de la castidad, penitencia y mortificación contra la concupiscencia carnal; de la pobreza voluntaria no queriendo tener ni poseer absolutamente nada en el mundo, contra la concupiscencia de los ojos; con la hu m ildad y la sujeción perpetua a toda criatura, contra la soberbia de la vida; e, instituyendo su fraternidad religiosa, estableció contra estos tres vicios del mundo los tres votos de obediencia en sujeción humil dísima, de altísima y estrechísima pobreza y mendicidad, y de purísima y nitidísima castidad , ordenando así una vida muy estrecha y áspera a fin de mortificar la carne y someterla al espíritu. 4 GAIUS JULIUS HYGINUS, Fabulae, De Antaeo et Hercule, p. 136; NATALIS COMES Mythologiae, lib. 7, cap. 1, 583s. 276 NAT. GRACIA LVI 2/mayo-agosto, 2009, 273-300, ISSN: 0470-3790
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