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BERNARDINO DE ARMELLADA agradó a Dios. Por eso no leemos que muriera, sino que fue trasladado por Dios a mejor vida, para significar, como advirtió el Crisostomo7, que a la virtud se le debe la inmortalidad y la vida eterna, lo mismo que al pecado la muerte, pues el salario d elp eca d o es la muerte , como dice el Apóstol ( Rm 6,23), y por el pecado entró la muerte en el mun­ do ( Rm 5,12). Hoy el santo Francisco, por el mérito de la santidad, ha sido trasladado de la tierra al cielo, de este mundo terreno al paraíso superceleste, porque se dedicó totalmente, interior y exteriormente, al culto divino. Y como Moisés, caudillo de los Hebreos, al fin de su peregrinación subió a la cumbre de un monte excelso para contemplar desde allí la tierra feliz y bienaventurada de promisión (Dt 32,49), así Francisco sube hoy al cielo para contemplar la misma divinidad. Pues en esta contemplación consiste la bienaventuranza y gloria de todos los santos. Finalmente, lo mismo que Elias fue arrebatado al cielo en un carro de fuego (2R 2,11), así hoy Francisco, que en el mundo estuvo lleno y superlleno del doble espíritu de Elias. He ahí el carro: Tomad m i yugo sobre vosotros. Se dice que el buey está bajo el yugo mientras ligado al yugo arrastra el carro; el carro de fuego es la ley evangélica, porque consiste toda en la caridad: Ley d e fu eg o en su diestra p a r a ellos (Dt 33,2)\ y porque nada es más leve que el fuego ni más suave cuando aprieta el frío, dice rectamente: Mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,30). Pues el fuego aquí no quema, sino ilumina y calienta suavemente, como el sol y como el fuego de Moisés (cf. Ex 3,2). Carro de fuego es el Evangelio de Cristo, que tiene las cuatro ruedas de las cuatro virtudes cardinales, con las cuales pertrechada, el alma observa facilísimamente la ley divina, como el buey arrastra fácil­ mente el carro leve que tiene buenas ruedas. Por ello lo mismo que no tira del carro un solo buey sino dos, así es necesario un espíritu doble para observar la ley divina: el humano dotado de todas las virtudes y el divino, sin el cual el espíritu humano, aunque dotado de las virtudes cardinales y teologales, no puede observar en manera alguna la ley divina. Así ni el ojo, aunque goce del sentido perfecto de la vista, sin la luz externa no puede nada, porque para ver se necesita la luz doble, 7 Cf. CHRYSOSTOMUS, Homiliae in Genesim , hom. 21; PG 53, col. 180s 296 NAT. GRACIA LV1 2/mayo-agosto, 2009, 273-300, ISSN: 0470-3790

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