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LA PREDICACIÓN DE SAN LORENZO DE BRINDIS SOBRE SAN FRANCISCO DE ASÍS matándolo. En cada varón, dice San Pablo que hay dos hombres: uno exterior, camal, corruptible, y otro interior, espiritual, inmortal e in­ corruptible; por eso dice: Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día (2Co 4,16). El hombre exterior es este cuerpo terreno, carnal y animal; pero el hombre interior es alma celeste, espiritual, angélica, divina; madre del hombre exterior es la naturaleza terrena, madre del interior es la gracia celestial, por eso el Bautismo se dice sacramento de la regene­ ración, y Cristo dice: Si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo (Jn 3,5). Hoy la madre exterior del hombre, la naturaleza terrena, mata a su hijo en Francisco, que es muerto a los ojos de este mundo sólo en la carne según el cuerpo, pero según el espíritu es hijo de la Jerusa- lén celestial y no ha muerto en modo alguno, sino que vive eterna­ mente con Dios inmortal. Y ciertamente la naturaleza muchas veces se atribuye a sí misma las virtudes divinas del alma; las atribuye a la complexión o a la educación, a la industria o a la diligencia y capa­ cidad humanas, no a la gracia celestial y divina. [Y se da una con­ tienda entre la naturaleza y la gracia]. La naturaleza terrena decía que Francisco era hijo suyo, porque ella lo había dado a luz, ella lo había concebido, lo había alumbrado, ella lo había nutrido y educado, ella le había dado la vida, el sentido y la razón. ¿Quién no sabe, decía, que el hombre ha sido formado por Dios de mis entrañas? Formó Dios al hombre del limo de la tierra (Gn 2, 7). Ahora bien, Francisco es hombre, luego es hijo mío. ¿Por qué, pues, arrebatándomelo a mí, verdadera madre, es dado al cielo? Por el contrario, la gracia celestial replicaba: Francisco, en el alma, las virtudes, las costumbres, la vida, la conversación es todo celestial, luego es hijo mío, porque: El que es de la tierra... habla de la tierra (Jn 3,3 i), piensa en la tierra, desea lo terreno; pero los pensamientos de Francisco, sus deseos, afectos, virtudes, preocupaciones, palabras, obras son todas celestiales, como también lo declaran sus innumerables milagros obrados por la vir­ tud celestial, que sólo pueden realizarse por el poder divino. ¿Cómo, pues, Francisco es hombre terreno y no celestial, si por la vida y las virtudes es todo divino? Confieso que según la carne es hijo tuyo, ni yo lo exijo en modo alguno según la carne, pues tú lo mataste según NAT. GRACIA LVI 2/mayo-agosto, 2009, 273-300, ISSN: 0470-3790 293

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