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LA PREDICACIÓN DE SAN LORENZO DE BRINDIS SOBRE SAN FRANCISCO DE ASÍS llamada de Dios, instituyó su Religión para que, como familia peculiar del Padre celeste, dependiera totalmente de Dios sin ninguna carga del mundo o de la carne. IV. El tercer misterio es el de la justificación: A los qu e llam ó a ésos los ju stificó , por la observancia de la ley los hizo con su gracia plenamente justos: Tom ad sobre vosotros m i yugo, y ap ren d ed d e mí, qu e soy m anso y hum ilde de corazón (Mt 11,29). La escuela de Cristo es escuela de virtudes, no de filosofía natural, sino de la filosofía moral y divina, donde no se aprende la sabiduría vana y mundana, sino la celestial y divina. Maestro y ejemplar de las virtudes es Cristo. En esta escuela aprendieron todos los Santos la perfecta justicia y santidad y la perfección de todas las virtudes; pero sobre todo Francisco, imita­ dor diligentísimo y perfectísimo de las virtudes de Cristo, adquirió así la integridad suma de las virtudes y llegó a la cumbre y ápice de la perfección cristiana. Porque lo mismo que quien desea adquirir la per­ fección de alguna ciencia, disciplina o arte para hacerse versadísimo en esa profesión, no pierde el tiempo, frecuenta la escuela, estudia día y noche, se esfuerza por adquirir algo cada día y adelantar siempre más y más en la profesión, así es necesario que haga quien quiera conseguir perfectamente la filosofía cristiana en la escuela de Cristo: En la ley d el Señor está su voluntad y en su ley m edita d ía y n oche (,Sal 1,2). Así Francisco se hizo perfectísimo discípulo de Cristo, y llegó a ser insigne maestro y doctor de la perfección cristiana, y tan singular, que, instituido doctor personalmente por el mismo Cristo, de Él recibió el privilegio y la insignia del doctorado. Pero ¿cómo dice Cristo que es manso y humilde corazón, si la humildad es desprecio de sí mismo por el conocimiento de la propia vileza? ¿Qué vileza hay en Cristo, por cuyo conocimiento pueda Él verse humilde y como nada? ¿No es por ventura en todas las cosas y por todas las cosas igual a Dios? Pero Cristo se dice humilde porque no se arroga nada, nada se atribuye a sí mismo, sino todo al Padre. Muchos, por el contrario, se enorgullecen de los dones de Dios y se vanaglorian: / Qué ... tienes , hombre, qu e no hayas recibido?D e lo qu e recibiste ¿por qu é te glorias com o si no lo hubieras recibido? ( ICo 4,7). En cambio, Cristo dice hoy manifiestamente: Todas las cosas m e han sido d ad a s p o r m i P ad re : Nada se atribuye a sí mismo, todo lo recono- NAT. GRACIA LVI 2/mayo-agosto, 2009, 273-300, ISSN: 0470-3790 289

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