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LA PREDICACIÓN DE SAN LORENZO DE BRINDIS SOBRE SAN FRANCISCO DE ASÍS En hebreo, santo se dice kadós, es decir, preparado, adornado, semejante a la mujer preparada y adornada para recibir al amante, y al soldado preparado para la guerra, a fin de combatir con el enemigo en un combate a modo de duelo. Por consiguiente, santo es todo el que se halle adornado de todas las virtudes. Francisco, por tanto, adereza­ do de modo singular con todas las virtudes, fue un Serafín con las seis alas. Las alas de nuestra alma son los pensamientos y los deseos; pues con estas alas vuela nuestra alma: con las malas a las cosas inferiores, con las buenas a las celestiales. La bondad perfecta consiste en que el hombre se abstenga y se guarde virilmente de todo lo enteramente malo, y obre aguerridamente todo el bien que pueda; pues por eso el alma posee la fuerza irascible para huir del mal y la concupiscible para perseguir el bien. Aquel varón es perfecto que se abstiene de toda ofensa a Dios, a su conciencia y a su prójimo. El que se esfuerza por complacer a Dios en todas las cosas, desea y atesora para sí los bienes de la gracia y de la gloria, y ayuda a los prójimos en lo que puede o al menos desea ayudarlos. Estas son las seis alas: dos en la cabeza, dos en el cuerpo y dos en los pies. De todas éstas estuvo dotado Francisco: con las dos superiores, porque agradó a Dios: Sí, Padre, pu es tal ha sido tu beneplácito (Mt 11,26). Se complace Yahveh en los qu e le te­ men, en los qu e esperan en su am o r (Sal 147,11 ). Con estas alas, en la oración y contemplación de las obras divinas, tanto de la misericordia como de la justicia, Francisco volaba hacia Dios, creciendo en fe viva y caridad, y en todas las cosas daba gracias a Dios. Con las dos alas del medio: Porque soy manso y hum ilde corazón (Mt 11,29 ) se guardaba a sí mismo de todo mal en las cosas adversas por la mansedumbre, y en las prósperas por la humildad, para no herir nunca en nada la propia conciencia y, progresando en la escuela de Cristo, adquiría todas las virtudes reservando para sí un tesoro en el cielo. Finalmente, con las dos alas inferiores, procuraba siempre no dañar al prójimo de hecho o de palabra, ni siquiera con la mente o el más mínimo pensamiento, sino que en las cosas malas se compadecía de todos los que traba­ jaban y estaban oprimidos y les ayudaba a todos según sus fuerzas: Yo os aliviaré con la suma benignidad y piedad. Así llevó el yugo de Cristo, sirvió a la ley divina, que es toda caridad, piedad y benignidad: Por tanto, todo cuan to queráis qu e os hagan los hombres, hacédselo NAT. GRACIA LVI 2/mayoagosto, 2009, 273-300, ISSN: 0470-3790 283

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