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EL CICLO DE LA OBEDIENCIA lidad son anteriores a la Adm 3. Además de los textos indicados en las páginas anteriores80, nos parece importante aducir dos por la cercanía que tienen con esta Adm. El primero es de carácter gene ral, pues se refiere a cualquier ser humano: “Y n ingún hombre esté obligado po r obediencia a obedecer a alguien en aquello en que se comente delito o pecado ’*1-, el segundo es directamente relacionado con la forma de vida de los hermanos menores: “Si alguno de los ministros ordena a alguno de los hermanos algo contra nuestra vida o contra el alma, no esté obligado a obedecerle; porque no es obe diencia aquella en la que se comete delito o pecado ’*2. Ciertamente en nuestra A dm , que por su naturaleza es de tono exhortativo y sapiencial, el santo completa la posición del legislador expresada en la Regla con la del pastor que quiere salvar la integridad de la Fra ternidad religiosa. Conviene agregar que el principio de la libertad de conciencia tiene sus raíces en la literatura cristiana, si bien no siempre expresada con la claridad de Francisco. En efecto, en cierto modo se le encuentra ya, por ejemplo, en las normas sobre el abad contenidas en la Regla de san Benito83. 8Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios. 9Pues quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, porque entrega su alma (cf. Jn 15,13) por sus hermanos. Una lectura superficial de esta frase podría llevar a deducir que estamos ante un tercer caso, pero en realidad lo que hace el autor es desarrollar lo que precede, deduciendo las consecuencias que se pueden desprender de “la desobediencia” contemplada en la frase anterior; lo demuestra el encabezamiento: “y si por ello”(Es 80 Cf. la precedente nota 72. 81 EpFid 41. 82 RegNB 5,2. 83 Al describir la responsabilidad del abad, dice: “Además el abad no debe enseñar, establecer u ordenar nada que sea fuera del precepto del Señor” (Benedicti Regula 2,4). En varias ocasiones (cf. 2,37-38; 3,11; 64,7) insiste que deberá dar cuenta de las almas de sus monjes. NAT. GRACIA LVI 2/mayo-agosto, 2009, 211-272, ISSN: 0470-3790 251
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