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ELOGIO DE LA POESÍA: LA POÉTICA, «LUGAR- TEOLÓGICO.. 525 que la palabra sea, en definitiva, el espacio de lo sagrado... es pre­ ciso implantar, sobre la confusión y el ruido, el silencio que prece­ de a la necesidad de la poesía*27. Porque, como ya Schiller decía, «debes buscar en los santos y tranquilos repliegues del corazón, un refugio contra la necesidad de la vida. La libertad existe sólo en el reino de los sueños, y la belleza solamente florece en la poesía». Y es así para muchos poetas, que son «capaces» de descubrir y descubrimos la belleza de lo perenne y de lo efímero, en ese ejerci­ cio sutil de la palabra justa, de la imagen llena de emoción, del adje­ tivo preciso y cuya lectura es una necesidad vital, redentora de tanto vértigo de exteriorización y de tanta inanidad de contenido. Es brisa que nos calma en el calor, lenitivo que despierta a ese otro mundo indescriptible que se adivina tras las cosas, cuando la mirada y el corazón la trasciende. La poesía, como íntima y última vibración del espíritu, parece abandonarnos en una época en la que estamos solicitados por los hechos exteriores en una sociedad empeñada en rentabilizar todo (¿cómo valorar lo «gratuito» de la poesía?) y dominados por el mundo de la imagen, que olvida a menudo la quintaesencia de las cosas. La poesía no puede cohabitar con la trivialidad que nos suele acompañar, pues exige silencio, complicidad y fidelidad al ser comunicación de utopías, trasvase de sentimientos, búsqueda de confidencias. ¿POESÍA EN UN MUNDO UTILITARISTA? «Odio a mi época con todas mis fuerzas. El hombre muere de sed. No hay más que un problema, un solo problema en el mundo: devolver a los hombres una significación espiritual, unas inquietu­ des espirituales... No se puede vivir sin poesía, color y amor» (Saint- Exupéry). ¿Cómo hablar, entonces, de poesía en nuestro mundo, en exce­ so tecnificado y utilitarista en demasía, para conceder nuestro tiem­ po a algo que fue definido por el filósofo Kant como completamen- 27 F. S olano , «Traficantes de poesía», en Reseña, diciembre 1996, 140.

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