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ELOGIO DE LA POESÍA: LA POÉTICA, «LUGAR. TEOLÓGICO.. 533 Para José María Valverde el mundo se ordena bello hacia un fin. La poesía participa de ese orden. Y el poeta canta porque él es una necesidad de Dios, porque le es necesario a Dios. Son los poe­ tas sus pregoneros, la voz de la creación, glorificándole: «Tú no has hecho tu obra para hundirla en silencio... Por eso nos has puesto a un lado del camino con el único oficio de gritar asombrados». Pero no por ello deja de cruzar sus versos la angustia o la ago­ nía de no sentirse aún por entero realizado en Dios. Esa sed, ese ansia que el poeta atribuye al Gran Ser: «(Tú acechas sin descanso, como un león cautivo. Tiñes los horizontes de rojo con tu sed... Eres una sequía que devora el paisaje y llena de ceniza viento y ríos)»51. Pero aun en estos gritos late la seguridad en el destino del «Hombre de Dios» (título de un poema del propio Valverde), aun­ que qué duro y estremecedor suena el verso de Otero: Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas, de su poema «Hombre», en el que el autor se representa, como un nuevo Jacob, luchando desesperadamente con Dios. En el poema «Siesta», del libro Memorias y compromisos de J. García Nieto, el hombre se contempla en lo que es, mágica mez­ cla de pasado, presente y futuro. (¿Cómo no traer a la memoria el verso exacto de Quevedo para decir la angustia del vivir y la fugaci­ dad del tiempo: Soy un fue, un será y un es cansado?). Melancolía de lo que quisimos ser y no somos, impresionante desnudez arru­ gada del instante presente, estremecedor: «que el hombre es una sed fuera de las lágrimas y dentro de las lágrimas ». 51 D. A lo n so , o . c ., 400.

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