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532 EDUARDO GUARDIOLA Y para «orientarnos en la marcha del desierto no tenemos otro camino que la sed y la seguridad de que no será vano nuestro anhe­ lo». Ciertamente, «los poetas, interrogando unos y afirmando otros, han sido quienes mejor han sospechado que es la sed quien nos guía en la peregrinación por el desierto y por la noche de la huma­ na búsqueda»: «Bueno es saber que los vasos nos sirven p a ra beber; lo malo es que no sabemos p a r a qué sirve la sed» (A. Machado). «,De noche vamos de noche. Sin luna vamos sin luna que p a r a an d a r el cam ino sólo la sed nos alumbra» 49 (L. Rosales). El p la c e r d el agua, encanto diario que puebla de prodigios nuestra vida, tiene enfrente la sed; por eso, para J. Guillén el agua es, por un momento, como la gloria, como una eternidad de dicha: «¡Ah! Reveladora, el agua de un éxtasis a mi sed arroja la eternidad. ¡Bebe A50. Sed o desesperación hecha verso en Unamuno: «Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo; conviértemela, Cristo, en limpio aljibe que la graciosa lluvia en s í recibe de la f e ...» («Incredulidad y fe»). 49 O. G o n zález d e C ard ed al , «Actualización de la revelación divina», en Iglesia Viva, 82 (1979), nota 29, p. 351, quien cita los versos de ambos poetas: A. Machado y L. Rosales. 50 D. A lo n s o , o . c ., 230-231.

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