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528 EDUARDO GUARDIOLA Pero, como al profeta, también al poeta el miedo le corre por sus venas: «Da miedo ser poeta: Da miedo ser un hombre consciente del lamento que exhala cuanto existe. Mas, ¡ay!, es necesario; mas, ¡ay!, soy responsable de todo lo que siento y en mí se hace palabra gemido articulado, temblor que se pronuncia * 35 (G. Celaya). Por otra parte, «cada vez que nos servimos de la palabra la mutilamos. Mas el poeta no se sirve de las palabras. Es su servidor. Al servirlas, las devuelve a su plena naturaleza, las hace recobrar su estado original»36. Y es, además, «palabra total y palabra inicial: Palabra matriz. Toda palabra poética nos remite al origen, al arché, al limo o mate­ ria original (la revelación es el comienzo y se manifiesta en el comienzo, in principio, o nunca). Palabra inicial que dice el princi­ pio..., la sola palabra que hace posible todo engendramiento: logos seminal... Funda en el hombre esa palabra tanto lo espiritual como lo orgánico, no en pugna, sino en unidad»37. Por eso Gerardo Diego, con su «poesía luminosa y alada» a la vez que «austera y vivida», proclamará en sus Versos humanos (no menos excelsos que sus Versos divinos): «Versos humanos, ¿por qué no? Soy hombre y nada humano debe serme ajeno... Todo el arte es humano, hasta el divino, el que aspira a crear la forma pura. Para llegar a Dios no hay más camino que el amor que vence y que perdura »38. 35 G. C elay a , Cuatro poetas de hoy. Antología, Madrid 1969, 102. 36 O. P a z , El arco y la lira, citado por C. S a r r ia s en Vida Nueva, 9 (2249), 1981 . 37 J. A. V a len te, La piedra y el centro, Madrid 1982, 55 y 56. 38 D. A lo n so , «La poesía de Gerardo Diego», en Poetas españoles contemporá­ neos, Madrid 1958, 244.

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