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LAS CONSTITUCIONES DE LOS HERMANOS MENORES CAPUCHINOS... 421 mayoría, actuar en respeto y aceptación de unos valores particula­ res y, siempre y ante todo, de los universales y permanentes. Frente a los diversos modos de ser o culturas, el carisma fran­ ciscano capuchino se encuentra con que algunas de sus prácticas y normas se aceptan con relativa facilidad, corriéndose el riego de que no se cumplan más que exteriormente. Se hace necesario, por ello, que el modo de ser propio no se identifique con el de otros países, pero sí con el ideal y programa de vida que se realiza y actualiza en la peculiaridad del diverso modo de ser. Para ello hemos de partir de una verdad irrenunciable: el caris­ ma franciscano capuchino, concedido en un determinado tiempo y lugar, es un don que, en distante y respetuosa comparación con el Evangelio, está programado para realizar en toda cultura o modo de ser. Este modo de ser, riqueza temperamental, valores y rasgos humanos hoy tan respetados, puede y debe quedar invadido del carisma franciscano capuchino, dando origen al hacedor de esa figura tan deseada por todos: el capuchino africano, el asiático, el americano, el australiano, el europeo y con sus peculiaridades nacionales. La historia del carisma, denominada tan acertadamente bella reforma capuchina, nos hace presente que éste es una auténtica y lograda realidad extendida a diversos países y pueblos, a todos los continentes y que, aunque hoy se nos anuncia un declive que uni­ mos al general de los declives en los valores religiosos e incluso humanistas, nos hace patente la figura, diríamos universal y católica del capuchino, presente en las particularidades de las regiones y con la pluralidad de tan diversas figuras. La Comisión Teológica USG, Dentro de la Globalización: Hacia una comunión pluricéntrica e intercultural, o. c., constata en el número 31: «Desde hace algunos años apreciamos cómo el carisma de nuestros institutos echa raíces en nuevos pueblos, culturas, e incluso se entrelaza creativamente con otras formas de vida (lai­ cal, matrimonial). También apreciamos cómo allí donde se encuentran nuestras comunidades más antiguas, nuestro carisma va perdiendo capacidad de seducción y convocatoria. Envejecen nuestros institutos en las zonas tradicionales; renacen en otros

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