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LAS CONSTITUCIONES DE LOS HERMANOS MENORES CAPUCHINOS... 451 El voto de pobreza, vivido con radicalidad, sirte glossa, como se decía en otros tiempos, es el que da capacidad para sentirse ser­ vidor de los pobres, de quienes Cristo se preocupaba, sin hablar tanto de la pobreza como hablamos los actuales; actuaba con y a favor de los pobres, se preocupaba de servirlos y liberarlos. Cuando se estudia el primitivo cristianismo, se advierte cómo los fieles ordinarios asumían los valores evangélicos que algunos califican de aristocráticos ante la posesión de bienes y la riqueza y los vivieron como propios valores. Cuando Francisco de Asís se con­ sagró al servicio de la Iglesia, encontró en el seguimiento de Cristo el camino que le llevó a comenzar por el servicio a los leprosos, comprometiéndose con una voluntad y una decisión que le llevó a poner a disposición de estos pobres todos los bienes a los que renunció como medios de satisfacción personal, pero no como medios en la labor de servicio al prójimo, al igual y en imitación de la primera comunidad o cristianismo primitivo. El capítulo IV de las Constituciones de los Hermanos Menores Capuchinos, que regula la vida de pobreza con cierto detalle, haría bien en presentar la espiritualidad de servicio a los pobres, a los cuales tendréis siempre con vosotros (Mt 26, 11), comprometiendo a los Hermanos en una verdadera y auténtica globalización de bienes, en particular, con quienes no han alcanzado un nivel de desarrollo y consumo humanos, regulando el voto de pobreza desde una sig­ nificativa y bien actualizada perspectiva espiritual de la pobreza. Debería dejar para otros textos legislativos las concreciones sobre el manejo, uso y administración de los bienes y sobre la edificación de iglesias, casas y demás edificios cuya construcción, en fidelidad siempre a una opción por la libertad ante los bienes materiales y su uso en sentido de comunión, habrá que confiarse a la conciencia responsable de los diferentes contextos culturales y locales enrique­ cidos e inculturados por el sentir aristocrático del Evangelio y de las primeras y posteriores comunidades cristianas que han querido ser fieles al querer de Cristo, servidor de todos, y siempre desde la visión de los pobres y con empeño de fidelidad al propio carisma e identidad. El capítulo IV tendrá que destacar, en el contexto de la globali­ zación que hemos alcanzado, gracias a un refinamiento del pensa­ miento humano y de la expansión y fuerza de la Doctrina Social de

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