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LAS CONSTITUCIONES DE LOS HERMANOS MENORES CAPUCHINOS... 437 que advierten e insisten en sus derechos, mis derechos, ciertamente inalienables, y olvidan, con tanta frecuencia, sus obligaciones frente a sí mismos y sus semejantes, los derechos ajenos. No cabe la menor duda que la programación y conocimiento de los propios derechos, con las consecuencias lógicas de los res­ pectivos deberes, están contribuyendo a la construcción de una sociedad celosamente reivindicativa del respeto de esos derechos, que en el campo político se manifiestan en la organización y fun­ cionamiento democráticos; y en el campo económico, en el empe­ ño de construcción de una ciudadanía con conciencia solidaria, a comenzar por el propio hogar, continuando por las asociaciones intermedias, entre las que podemos y debemos situar las asocia­ ciones o institutos religiosos, y terminando por el estado y la Igle­ sia. Esta manifiesta y expresa estima de los valores democráticos y solidarios en el principio y realidad de la comunión eclesial y cristiana. La educación de la persona para llevar una vivencia y tener una percepción más humana de las relaciones interpersonales, consi­ guientemente, menos desigualdad, en particular, menos autoría por parte de los superiores que se deben saber servidores y no dueños de la fraternidad humana y religiosa, se presenta como una actitud comprometida que apuesta por la promoción de los derechos de la persona humana y los principios de la solidaridad y de la democra­ cia o igualdad de las personas y diversidad de las capacidades o cualidades personales. La madurez humana es un reto no asegurado que está produ­ ciendo estragos en una sociedad, a falta de esa madurez, y reflejada en la vida consagrada por y con la huida del compromiso con el Hermano, para recurrir, no siempre, al concepto del amigo que no complique, que facilite lo que termina en aquel individualismo que entorpece la construcción de la auténtica fraternidad, en términos más generales, de la simple sociabilidad no restringida ni limitada al amigo, sino abierta a la fraternidad. Tenemos que ser individuos, pero comprometidos con una sociedad formada por personas a las que luego el Evangelio, y más concretamente la Regla franciscana, llama y califica de HERMANOS. Convendrá distinguir bien entre esta falta de madurez por c^usa de un individualismo y una educación de un pasado que, con excu-

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