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352 ANTONIO LLAMAS VELA 4. LA GRAN PROSTITUTA (Ap 17-18) Las dos bestias encarnan el poder humano y blasfemo y repre­ sentan junto con la persecución y la opresión, una gran amenaza para los creyentes. Pero la prostituta de nuestro libro es la descrip­ ción de todos aquellos hombres y grupos humanos que no quieren saber de Dios y se oponen a Él. Todos estos poderes son contem­ plados por el Apocalíptico como perseguidores de los creyentes (Ap 17, 6; 18, 24). En el centro de todos estos poderes está la vida de la prostituta, revestida de lujo y esplendor. La gran prostituta (Tíóp vri jieyaXri) simboliza la «ciudad que señorea sobre los reyes de la tierra» (Ap 17, 18). También se llama Babilonia (Ap 17, 5). La prostituta simboliza la vida impía y lujuriosa de todos los tiempos y de todos los lugares. Y su fin demuestra cuál es el objetivo de este género de vida. El autor invita a los lectores a contemplar con una actitud sapiencial, del mismo modo que el vidente observa «la condena de la gran prostituta (Ap 17, 1). El juicio no se muestra de manera rápi­ da, porque «ella se sienta sobre las grandes aguas». Nuestro autor ha releído posiblemente un pasaje del libro de Jeremías, donde Babilo­ nia aparece regada por muchas aguas. Ahora la prostituta es la que vive en estas aguas, signo de la ambigüedad e indicio de la sede de las blasfemias, parangonando así a Babilonia con la gran meretriz (Jr 51, 13). Observemos cómo el Apocalipsis ha mencionado antes la representación de la vida blasfema con Babilonia (Ap 14, 8). De ahí que esta imagen del mal y la representación de la codicia, la negatividad, la idolatría y el compendio de todo mal se llama la gran prostituta, con la que los «reyes de la tierra se han prostituido con su lujuria» (Ap 17, lss.). Con la visión de esta mujer se completa el cuadro literario que se configura en esta capítulo. San Juan realiza al mismo tiempo una actualización de un moti­ vo central en la predicación profètica: la experiencia idolátrica de Israel que cae una y otra vez en la prostitución y el adulterio (Os 1-3; Jr 3-6; Ez 16; 23). Los profetas interpretaban la relaciones entre Dios y el pueblo como un matrimonio, pero los israelitas se habían ido tras otros dioses y caen en la prostitución, la idolatría y el adulterio. Ahora san Juan retoma este motivo central de la predicación profèti­ ca y observa cómo Babilonia representa la antítesis de la esposa del

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