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202 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ entrega, sin ningún afán triunfalista. Para lograr ésta, los misioneros asumen y emprenden la tarea del conocimiento profundo de su cul­ tura, de sus mitos, de su lengua, antes de entrar con detenimiento en el tema de la fe y los sacramentos de la vida cristiana. Esta tarea no es una novedad para los misioneros; ejemplo de ello es la infinidad de catecismos y gramáticas de las lenguas indí­ genas, tanto de la época hispana como del recién finalizado siglo pasado. El misionero no es simplemente un hombre heroico que ofrece su vida por una causa, sino que es un hombre que conjuga en su vida la reflexión, el estudio, el trabajo manual y el ministerio que la Iglesia le ha encomendado. No cabe duda que el acercamiento respetuoso al mundo cul­ tural indígena por parte de los misioneros, ha posibilitado espacios de diálogo entre su experiencia religiosa y el cristianismo. Aquí ya no se trata, como muchas veces se ha echado en cara a los misio­ neros, de la sutil imposición de una religiosidad que implica inelu­ diblemente la asunción de una cultura diversa, sino que parte del encuentro sereno y cordial, basado en una confianza previa. Es desde y con la comunidad indígena donde el misionero intenta tam­ bién descubrir la historia del pueblo, ver a éste como lugar teológi­ co que Dios ha ido manifestando y acompañando a lo largo de los siglos, igual que hizo con el pueblo de Israel. Al mismo tiempo, hoy en día, los misioneros igual que ya hicieran en la época de la colonia, no asumen su tarea de manera individual y fuera del marco temporal, sino que para ello cuentan con las posibilidades que las mismas comunidades indígenas ofrecen. En el caso de los barí, está el gran apoyo de los agentes de pastoral en sus mismas comunida­ des. Son éstos los que están haciendo el trasvase de la fe al len­ guaje y simbología barí. Esto, a la vez que ayuda a ahondar en su propia cultura y a reafirmarse como pueblo, posibilita un encuen­ tro sincero donde la religiosidad es un elemento identificativo fun­ damental. Quizás éste sea el mayor logro de los misioneros, tenien­ do presente que no ha sido nada fácil y han existido fuertes contradicciones, aunque con el acompañamiento y la confianza mutua se han convertido en verdaderos animadores de la fe. La religiosidad barí, totalmente desacralizada durante siglos, donde no existían ritos ni manifestaciones culturales, contrasta fuer­ temente con la mayoría de los pueblos indígenas de Hispanoaméri-

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