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172 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL GONZÁLEZ (Mt 5, 6); ¿Quién es justo ante el Señor? (Sal 14): Os habéis acerca­ do a l monte Sión, ciudad del Dios vivo (Hb 12,22). Martes: Oración por la victoria del rey (Sal 19): Cuantos invo­ quen el nombre del Señor se salvarán (Hch 2, 21); Acción de gra­ cias por la victoria del rey (Sal 20): E l Señor resucitado recibió la vida, años que se prolongan sin término (S. Ireneo). Miércoles: Confianza ante el peligro (Sal 26): I. Ésta es la mora­ da de Dios con los hombres (Ap 21, 3); II. Algunos ; poniéndose en pie, daban testimonio contra Jesús (Me 14, 57). Jueves: Acción de gracias por la curación de un enfermo en peligro de muerte (Sal 29): Cristo, después de su gloriosa resurrec­ ción, da gracias a l Padre (Casiano); Acción de gracias de un peca­ dor perdonado (Sal 31): David llama dichoso a l hombre a quien Dios otorga la justificación prescindiendo de sus obras (Rm 4, 6). Viernes: Oración de un enfermo (Sal 40): Uno de vosotros me va a entregar, uno que está comiendo conmigo (Me 14, 18); Dios, refugio y fortaleza de su pueblo (Sal 45): Le pondrá p o r nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros ’ (Mt 1, 23). La oración de los Salmos, además de prestar atención a necesi­ dades muy concretas de alma y cuerpo, nos enseña a abrir el cora­ zón hacia los confines del mundo en comunión y solidaridad con los perseguidos y tentados, con los que sufren calamidades o están al borde de la muerte, con los que sienten la cercanía de Dios y viven reconciliados. La Liturgia de las Horas es la oración de la Igle­ sia, todos los bautizados están en ella, participan de ella, es suya, y por ellos de toda la humanidad. No puede ser, pues, una oración ajena y distante, formularia y artificial. Porque «cuando la oración del Oficio se convierte en verdadera oración personal, entonces se manifiestan mejor los lazos que unen entre sí a la liturgia y a toda la vida cristiana. La vida entera de los fieles, durante cada una de las horas del día y de la noche, constituye como una leitourgia, mediante la cual ellos se ofrecen en servicio de amor a Dios y a los hombres, adhiriéndose a la acción de Cristo, que con su vida entre nosotros y el ofrecimiento de sí mismo ha santificado la vida de todos los hombres» (Pablo VI, Const. Apost. Laudis Canticum 8). José María de M ig u el G o n z á lez , OSST Universidad Pontificia de Salamanca

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