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SALMOS DE VÍSPERAS DE LA I SEMANA 151 Dios y los hombres? No es mediador entre el Padre y los hombres, sino entre Dios y los hombres. ¿Qué cosa es Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Qué son los hombres? Pecadores, impíos, morta­ les. Entre aquella Trinidad y la debilidad e iniquidad de los hombres se hizo mediador un hombre que no es inicuo, pero sí débil, a fin de que, por no ser inicuo, te uniera a Dios, y por ser débil se acer­ case a ti, y de este modo existiese entre el hombre y Dios un Media­ dor» (I, 301). «¿Qué tiene el hombre de más para haber sido hecho a imagen de Dios? Que entiende, distingue y discierne lo bueno de lo malo íquia intelligit et sapit, quia discem it bonum a malo]. En esto fue creado a imagen y semejanza de Dios» (I, 303). «Y no has dejado que m is enem igos se rían d e mí»: «Quizás esta voz no es de nuestro Señor Jesucristo, sino del mismo hom­ bre, de toda la Iglesia, del pueblo cristiano, porque todo hombre es en Cristo un solo hombre, y la unidad de los cristianos es un hombre» (I, 306). Los enemigos se rieron de Cristo en su pasión, también de los mártires los perseguidores, «¿cuándo será el día que no se regocijen? Cuando éstos sean confundidos, aquéllos se ale­ grarán con la venida del Señor, Dios nuestro, que llega trayendo en su mano las recompensas: la condenación para los impíos y el reino para los justos; la compañía del diablo para los perversos y la compañía de Cristo para los fieles... Este clamor fte ensa lzaré porque no has dejado que mis enem igos se rían d e m íj tendrá rea­ lidad en el pueblo de Dios, que ahora es torturado, es atribulado con tantas pruebas, con tantos tropiezos, con tantas persecuciones, con tanta oposición. Estas torturas del ánimo no las siente en la Iglesia quien no progresa, pues piensa que hay paz; pero comien­ ce a progresar y verá en qué tribulaciones se halla» (I, 309s.). ¿Quiénes son esos enem igos? «Los judíos, o más bien el diablo y sus ángeles, que confundidos se alejaron después de la resurrección del Señor» (I, 314). A ti clam éy me sanaste: «El Señor, antes de la pasión, oró en el monte y le sanó... Sanó la carne... al resucitar» (I, 3l4s.). Me hiciste revivir cuando bajaba a la fo sa ( in lacum ): «¿Quié­ nes son los que descienden al lago? Todos los pecadores sumergi­ dos en el abismo, pues el lago es el abismo del siglo... Luego quie-

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