PS_NyG_2003v050n001p0111_0172

144 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL GONZÁLEZ va de crisma , unción. No sólo fue ungida nuestra cabeza, sino tam­ bién su cuerpo, es decir, nosotros mismos. Es rey porque nos guía y nos gobierna; sacerdote, porque intercede por nosotros, y, ade­ más, sólo él fue tal sacerdote que fue también sacrificio» (I, 267). E l Señor es m i lu z y m i salvación: «No otorga Dios una salud que pueda ser quebrantada por algo, ni es una luz que puede ser oscurecida por alguien... Sin él somos tinieblas y flaqueza» (I, 268s). Para devorar m i carne: «¿Cuáles son mis carnes? Mis afectos carnales. Se ensañen persiguiendo; en mí nada muere si no es lo mortal. En mí hay algo adonde el perseguidor no puede llegar, allí donde habita mi Dios. Coman mis carnes; consumida la carne, seré espíritu y espiritual. Además, mi Dios me promete tan excelente salud, que aun esta carne mortal, que parece estar ahora entregada en manos de los perseguidores, no perecerá eternamente. Pues lo que se llevó a cabo en mi cabeza resucitada, esto han de esperar todos los miembros» (I, 269). H abitar en la casa del Señor: «Se llama casa a aquella en la que siempre permanecemos. En esta peregrinación se llama casa, pero en sentido propio debe llamarse tienda; tienda de peregrinos y como de soldados que luchan contra el enemigo» (I, 271). «¿Qué hemos de hacer en aquella casa?... No permanecerías allí si no fue­ ses feliz. ¿De dónde dimana aquella felicidad? Tenemos aquí diver­ sas clases de felicidades humanas, y cada uno se llama infeliz cuan­ do se le quita lo que ama. Amando los hombres diversas cosas, cuando a alguno le parece que posee lo que ama, se juzga feliz. Pero es verdaderamente feliz no porque tenga lo que ama, sino porque ama lo que debe ser amado. Pues muchos son más misera­ bles teniendo lo que aman que si careciesen de ello. Amando cosas dañinas son desgraciados; poseyéndolas son todavía más desventu­ rados. El Señor se muestra propicio cuando, amando mal, nos niega lo que amamos, y airado, cuando concede al amante lo que ama malamente... Cuando amamos lo que Dios quiere que amemos, no dudemos que nos lo dará. Esta es aquella única cosa que debe ser amada: morar en la casa del Señor por todos los días de nuestra vida (I, 272s.). Me a lzará sobre la roca y a s í levantaré la cabeza sobre e l enemigo que me cerca: «Aún soporto a los enemigos del cuerpo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz