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112 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL GONZÁLEZ Ciertamente, la Liturgia de las Horas no es un entretenimien­ to para desocupados, sino una tarea eclesial irrenunciable, pues «la ‘obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorifi­ cación de Dios’ [SC 51 es realizada por Cristo en el Espíritu Santo por medio de su Iglesia no sólo en la celebración de la eucaristía y en la administración de los sacramentos, sino también, con pre­ ferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas» (OGLH 13). La reforma litúrgica auspiciada por el concilio Vaticano II quiso promover en todas sus expresiones rituales la participación activa (participatio actuosa) de los fieles, porque «las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Igle­ sia... Por eso pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, lo mani­ fiestan y lo implican» (SC 26). De modo que «la principal manifes­ tación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgi­ cas» (SC 41). La dimensión litúrgica de la oración de la Iglesia se ha queri­ do poner de relieve en el mismo título del libro que la contiene: Liturgia d e las Horas. Si es liturgia pertenece a toda la Iglesia: es la oración del pueblo de Dios. Ya no es, pues, la oración exclusi­ va de un grupo especializado, clérigos y religiosos, sino de la Igle­ sia entera, por eso «ha sido dispuesto y preparado [el Oficio divi­ no! de suerte que puedan participar en él no solamente los clérigos, sino también los religiosos y los mismos laicos» (Pablo VI, Const. Apost. Laudis Canticum 1). Se supera así la apropiación clerical de la oración de la Iglesia para abrirla a la comunidad ecle­ sial en su totalidad facilitando a los fieles laicos su participación por lo menos en las horas principales, laudes y vísperas (SC 100; OGLH 25.40). La parte más importante de esta oración litúrgica corresponde a los salmos; ellos fueron inspirados por el Espíritu para poner en labios de la Esposa una plegaria digna de Dios sin dejar de ser pro­ fundamente humana. Los salmos son, a la vez, un retrato de Dios y del hombre, de la bondad y grandeza de Dios y del hombre nece­ sitado, perseguido y salvado. Pero la oración de los salmos, con toda su riqueza espiritual y antropológica, no es siempre y en todos los casos inmediatamente accesible; por eso el Concilio recomien-

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