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14 FELIPE F. RAMOS de las mismas; nos introduce en el misterio sublime de un Dios que no se quedó anclado en un pasado remoto e inservible, sino que nos lo acerca, nos lo actualiza, nos lo «inculturiza» y, en definitiva, nos lo convierte en atractivo e incluso seductor. El «yo» que estuvo en el pasado no se ha quedado atrapado por él; ha ido caminando con el tiempo y ha seguido el camino realizado por Aquel que es el Cami no. Hacemos camino caminando por el Camino. Aceptando agrade cidos que el Camino se haga transitable para los vehículos de que hoy disponemos para nuestros desplazamientos. VII. EL «EVANGELIO ETERNO» El tema sobre el «yo» y su inseparabilidad de la comunidad nos introduce en el desarrollo del presente título. El «evangelio eterno» hace referencia a la obligación sagrada contraída por Israel de evocar constantemente y de celebrar perpetuamente el memorial de la tradi ción cultual cimentada y transmitida en el establecimiento de la alian za; debería hacerse «de generación en generación». Es la expresión clásica de la celebración de la alabanza en el evangelio eterno. Lo lla mamos así, metafóricamente, por el interés reiteradamente repetido en los salmos de que la alabanza de Yahvé y sus hechos salvíficos duren siempre, lo cual no debe entenderse como una mera hipérbole poética: «Yo bendeciré siempre a Yahvé, su alabanza estará siempre en mi boca» (Sal 34, 2). «Mi lengua cantará tu justicia, todos los días tus alabanzas» (35, 28). «Y nosotros nos gloriaremos siempre en Yahvé y eternamen te cantaremos su nombre» (44, 9). «Así podré cantar siempre tu nombre, cumpliendo mis votos cada día» (6l ,9). «Así te bendeciré toda mi vida y en tu nombre alzaré mis manos» (63, 5) 62. 62 Sal 71, 6; 75, 10; 79, 13; 102, 3; 111, 10; 115, 18; 145, 2. Estos salmos son con tinuación de las citas que acabamos de copiar literalmente de A. W eiser, o . c ., I, p. 30.
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