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LA ORACIÓN EN LOS SALMOS (II) 43 acreedor cuanto tiene, y róbenle extraños cuanto adquirió con su trabajo. No tenga nadie que le favorezca, ni quien tenga compa­ sión de sus huérfanos. Sea dada su posteridad al exterminio, bórrese su nombre en una generación. Venga en memoria ante Yahvé la culpa de sus padres, y no sean olvidados los pecados de su madre. Estén siempre presentes a Yahvé y extirpe de la tie­ rra la memoria de ellos. Porque no se acordó de hacer misericor­ dia, sino que persiguió al mísero y al desvalido y al afligido de alma, para llevarle a la muerte. Amó la maldición; venga sobre él; no quiso la bendición; apártese de él. Vístase la maldición como vestido suyo; penetre como agua en sus entrañas y como aceite en sus huesos. Sea el vestido el que le cubra y el cinto con que siempre se ciña» (Sal 109, 6-19). La conexión de la bendición y de la maldición con la tradi­ ción cultual de la alianza de Yahvé, que se manifiesta en el recur­ so a la maldición contra aquellos que no cumplen las exigencias de la alianza, tiene como consecuencia que se dé un progreso semejante en la bendición y en la maldición dentro de los salmos. De este modo, la bendición se convierte en invocación de la salud y la maldición en la exclamación del ¡ay o ayes!, que fueron acep­ tadas en la profecía y en la literatura sapiencial. Antes de despedirnos de estas consideraciones sobre estos sal­ mos anatematizadores, debemos abordar el interrogante siguiente: ¿Es que ya no es admisible en ningún caso la ley d el tal ión PYX libro del Apocalipsis lo admite como posible y aceptable en casos extre­ mos (18, 6-8, 20; se pide que caiga sobre Babilonia, que es Roma, tanto mal como ella ha hecho caer sobre los cristianos). Ante esta constancia clara del libro del Apocalipsis sólo se me ocurre añadir que el mandamiento del amor es el principio supremo regulador de las relaciones interhumanas. Pero creemos que no puede aplicarse como principio obligatorio de las relaciones entre el hombre y la bestia, entre el hombre y el asesino profesional, entre la persona humana y todos aquellos que se oponen a su promoción e incluso a la vida misma, que son el objetivo supremo del amor de Dios para con los hombres, porque éstos han renunciado a la categoría y a la dignidad del ser humano, al optar por una decisión anti-hombre, anti-Dios y anti-Cristo, que es la vida y vino para que pudiésemos participar en toda la plenitud posible en el ser humano» (Jn 10, 10).

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