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42 FELIPE F. RAMOS Si a estos salmos añadimos aquellos que recogen la discusión, disputas y expulsión de los impíos tenemos el suelo mejor prepara­ do para que la maldición se convierta en venganza. Nos la ofrecen varios salmos: «Álzate, Yahvé; sal a su encuentro; derríbalos; con tu espada salva mi alma del impío, de esos que ya han vivido dema­ siado. Que tienen su vientre ahíto de tus bienes, que de ellos har­ tan a sus hijos, y para sus siervos dejan las sobras» (17, 13-14). «Trá­ talos conforme a sus obras, conforme a la malicia de sus acciones, retribúyeles conforme a las obras de sus manos, dales su merecido. Porque no atienden a las obras de Yahvé, a la obra de sus manos. ¡Derríbalos y no los edifiques!» (28, 4-5). «Vuelve el mal contra mis enemigos. Por tu verdad, extermínalos» (54, 7). «Pésalos, ¡oh Dios!, a la medida de su iniquidad, tú que abates a los pueblos en tu cólera» (56, 8). «Quiébralos, ¡oh Dios!, los dien­ tes en la boca. Rompe, ¡oh Yahvé!, las quijadas de estos leoncillos. Desaparezcan como agua que se va, que no puedan lanzar más que dardos despuntados. Sean como el caracol, que se deshace en baba; como aborto de mujer, que no ve el sol. Antes que vuestras calde­ ras sientan el fuego de las espinas, zarzas y fuego lléveselos el tor­ bellino. Gozará el justo al ver el castigo, ¡bañará sus pies en la san­ gre del impío y dirá cada uno: «Hay premio para el justo, hay un Dios que hace justicia al mundo! (58, 7-12)». «Sea para ellos su mesa lazo y red para sus amigos. Obscurézcanse sus ojos y no vean, y que sus lomos vacilen siempre. Derrama sobre ellos tu ira, alcánce­ los el furor de tu cólera. Asoladas sean sus moradas y no haya quien habite sus tiendas. Porque persiguieron al que tú habías herido y acrecentaron el dolor del que tú llagaste. Añade esta iniquidad a sus iniquidades, y no tengan parte en tu justicia. Sean borrados del libro de la vida y no sean escritos con los justos». «¿Por qué han de poder decir las gentes: “Dónde esta su Dios?“. Sea notoria a las gentes y a nuestros ojos la venganza de la sangre que tus siervos derramaron. Haz recaer sobre la cabeza de nuestros enemigos siete veces más la afrenta con que quieren afrentarte, ¡oh Yahvé» (Sal 79, 10-12). «Pon sobre él a un impío, y esté a su diestra el acusa­ dor. Cuando se le juzgue, salga condenado, y sea ineficaz su ora­ ción. Sean cortos sus días y sucédale otro en su ministerio. Sean huérfanos sus hijos y su mujer viuda. Vaguen errantes sus hijos y mendiguen, sean arrojados de sus devastadas casas. Arrebátele el

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