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LA ORACIÓN EN LOS SALMOS (II) 39 lazos de la muerte, habíanme sorprendido las ansiedades del sepul­ cro, todo era angustia y afan para mí» (Sal 116, 3; podrían aducirse otros muchos ejemplos). La lucha se libra en e l más acá\ no en e l más allá; es la lucha entre el pecado y la gracia, como pone parti­ cularmente de relieve el Sal 51 (/Miserere/). Dentro del marco del pensamiento del juicio encuentran su lugar más adecuado los salmos de bendición y maldición. Éstos no apare­ cen en el salterio como género independiente; los encontramos en diversos contextos como proverbios de bendición (bamk = bendito) o como deseo de bendición, Yahvé bendiga. Son menos numerosos que los de maldición o deseos de la misma. En ambos casos se halla laten­ te como fuerza impulsora la creencia en el poder mágico personal, al estilo del hechizo o e l encantamiento. Un punto de referencia serían aquellas personas que tienen poder de «echar» la bendición o la maldi­ ción. Algo así, pero con mayor significado, profundidad y eficacia (Is 47, 9; Deut 18, 10: «Ni haya en medio de ti quien haga pasar por el fuego a su hijo o a su hija, ni quien se dé a la adivinación, ni a la magia, ni a hechicerías y encantamientos; ni quien consulte a encanta­ dores, ni a espíritus, ni a adivinos» (Lev 20, 7; Éx 9, 11; 22, 17; Jer 27, 9: «No escuchéis, pues, a vuestros profetas, a vuestros adivinos, a vues­ tros soñadores, a vuestros astrólogos y a vuestros encantadores, que os dicen: ‘No os veréis sometidos al rey de Babel’»). La idolatría y hechicería son mencionadas como «obras de la carne» en Gal 5, 20, lo mismo que en Apoc 21, 8 y 22, 15, como los destinados a la muerte. Para la valoración de las fórmulas de bendición en los salmos debe tenerse en cuenta que el poder del hechicero o del encantador ha desaparecido. La eficacia de la bendición se halla vinculada a Yahvé, que dispone de la fuerza imprecadora de la misma y es su verdadero donante eficaz: «Ése alcanza de Yahvé bendición y justicia de Dios, su salvador» (Sal 24, 5). «Bendígate Yahvé desde Sión, y veas próspera a Jerusalén todos los días de tu vida» (Sal 128, 5). «Desde Sión bendígate Yahvé, Hacedor de cielos y tierra» (Sal 134, 3). De este modo la bendición es sacada del ámbito mágico y es traslada­ da a la esfera teísta, religiosa. La fórmula «bendecir en el nombre de Yahvé (Sal 118, 26) es sinónima de aplicar todo su ser y poder, como en Num 6, 27: «Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré», como le es ordenado a Aarón para la bendición litúrgica invocada sobre el pueblo. La bendición se enriquecería así

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