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38 FELIPE F. RAMOS centro de interés de los salmos de lamentación: es la cumbre más ele vada de la vivencia y el desarrollo más profundo del poder de la fe. A diferencia de las religiones politeístas, el que recita los can tos de Yahvé renuncia a la diversidad de otros dioses o demonios, experimenta en su necesidad la amezana inmediata de su existencia ante Dios y, al mismo tiempo, ve la única posibilidad de la comu nión de vida con este Dios: «Que no dejarás tú mi alma en el sepul cro, no dejarás que tu santo experimente la corrupción. Tú me ense narás el camino de la vida, la hartura de tus bienes junto a ti, las eternas delicias junto a tu diestra» (Sal 16, 10-11). «Pero no, yo esta ré siempre a tu lado, pues tú me has tomado de la diestra. Me gobiernas con tu consejo y al fin me acogerás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos? Fuera de ti, nada deseo sobre la tierra. Des fallece mi carne y mi corazón; la Roca de mi corazón y mi porción es Dios por siempre. Porque los que se alejan de ti perecerán; arrui nas a cuantos te son infieles. Pero mi bien es estar apegado a Dios, tener en Yahvé Dios mi esperanza, para poder anunciar tus grande zas en las puertas de Sión» (Sal 73, 23-28). El hecho de que algunos salmos se hallen influenciados por el mito del dios Tamuz, que desciende a los infiernos, y nos den la impresión de celebrar al dios de la naturaleza en los distintos momentos o ciclos de la vegetación —el dios que muere en invier no y resucita en primavera— son recursos utilizados para acentuar la gravedad de un peligro tan grave que el orante se siente ante el sepulcro. Pero nunca se trata de la muerte real ni de su superación. La influencia es puramente formal. En los salmos de liberación se tratan siempre las realidades mortales, no las que se hallan más allá de la muerte: «Acordóse Yahvé de mí; me vio reducido por mis ene migos a la angustia. Y me sacó de las puertas de la muerte, para poder cantar sus alabanzas en las puertas de la hija de Sión y rego cijarme por su auxilio salvador» (Sal 9, 14-15). «Ya con estrépito me rodeaban las olas de la muerte, ya me ate rrorizaban los terrores del averno. Ya me aprisionaban las ataduras del sepulcro, ya me habían cogido los lazos de la muerte» (Sal 18, 5-6). «¡Oh Yahvé, has sacado mi alma del sepulcro, me has llamado a la vida de entre los que bajan a la fosa!» (Sal 30, 4). «Y me sacó de una hoya de ruina, del fango cenagoso, y afirmó mis pies sobre pie dra e hizo seguros mis pasos» (Sal 40, 3). «Prendido me habían los
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