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LA ORACIÓN EN LOS SALMOS (II) 9 lias» (107, 42). «Voces de júbilo y de victoria suenan en las tiendas de los justos; la diestra de Yahvé ha hecho proezas» (118, 15...). Todas estas designaciones hacen inverosimil que el salmista piense en un pequeño número de parientes y amigos. El foro es la comunidad del pueblo de Dios que vive con el orante en el culto festivo la representación cúltico-dramática de la historia de la salvación común y así lo confiesa incluso en diatriba con aquellos que no pertenecen a ella. Podemos comprobarlo en el así llamado «canto del ateo». Nos lo ofrece el salterio en dos versiones con pequeñas variantes: Sal 14 y 53, el primero de los cuales pertene­ ce a la recensión yahvista y el segundo a la elohísta. El texto parte de la afirmación del así llamado «necio», que debería traducirse, más bien, según el tenor sapiencial, por inconsciente, irresponsa­ ble, absurdo, inmoral, loco... Para los antiguos, Dios se impone con una evidencia tal que no requiere ningún tipo de demostra­ ción; más aún, la negación teórica de su existencia es un absurdo filosófico, una «necedad». Dicho esto, ¿cómo puede responderse a la afirmación del «necio», contraponiendo la existencia de Dios en su libertad y vera­ cidad? Sólo hay un modo, dice el salmista: reconocerlo y afirmarlo como Dios de aquellos que lo niegan. Si no queremos dar razones a quien dice que «Dios no existe», pero sí deseamos contradecirlo, debemos ir en su contra diciendo que Dios también es su Dios, el Dios del impío. El diálogo no tiene como protagonistas a creyentes y no creyentes, sino a los pobres y humillados. Éstos tienen en el Señor al «defensor» de los indefensos frente a los poderosos o pre­ potentes, que son la causa de su situación lamentable. El argumento es claro: en la injusticia manifiesta de la realidad del pobre, del pau­ perismo: «Todos van descarriados, todos a una se han corrompido, no hay quien haga el bien, no hay uno solo. ¿Se han vuelto del todo locos los obradores de la iniquidad, que devoran a mi pueblo como se come el pan, sin acordarse de Dios para nada?» (Sal 14, 3-4), tene­ mos el hecho irrefutable del ateísmo y, paralelamente, en la lucha por la justicia tenemos una prueba práctica, casi tangible, de la exis­ tencia de Dios. Toda victoria sobre la injusticia es un anuncio de la existencia de Dios: «Ya temblarán con terror a su tiempo, porque está Dios con la generación de los justos. Queréis frustrar los conse­ jos del desvalido, pero es Yahvé su seguro refugio. Venga ya de Dios

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