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34 FELIPE F. RAMOS sido malos y perversos. Nuestros padres en Egipto no quisieron entender tus maravillas, no pusieron mente en la muchedumbre de tus favores y se rebelaron contra el Altísimo junto al mar Rojo. Con todo, los salvó por el honor de su nombre, para hacer demostra­ ción de su poder» (Sal 106, 6-8). El juicio de Dios se proyecta a veces sobre la comunidad desde una consideración de la historia de la salvación: «Porque han devo­ rado a Jacob, han asolado sus moradas. No recuerdes para nuestro mal las iniquidades antiguas; sálgannos al encuentro tus misericor­ dias, que estamos muy abatidos» (Sal 79, 7-8). «Atiende, pueblo mío, a mi doctrina; dad vuestros oídos a las palabras de mi boca. Abriré mi boca a las sentencias y evocaré las enseñanzas de los tiempos antiguos. Lo que hemos oído y sabemos, lo que nos contaron nues­ tros padres. No lo encubriremos a sus hijos, contando a las genera­ ciones posteriores las glorias de Dios; y su gran poderío, y los pro­ digios que ha obrado...» (Sal 78). La unión de esta ideología de la historia comojuicio con el culto de la alianza y su teofanía aparece casi imperceptiblemente en los salmos de lamentación: «No reposes, ¡oh Yahvé! No enmudezcas, no te aquietes. Mira que bravean tus enemigos y yerguen la cabeza los que te aborrecen. Tienden asechanzas a tu pueblo y se conjuran con­ tra tus protegidos» (Sal 83, 24, y todo el salmo sigue en esta trayecto­ ria y termina deseando que «Reconozcan que tu nombre es Yahvé y que sólo tú eres el Altísimo sobre toda la tierra» (v. 19). Toda la sistematización que nos refiere el Sal 83 se halla en referencias en otros: «Él secó el mar; por el río pasaron a pie enjuto. Alegrémonos de ello. Él, con su poder, domina por la eternidad; sus ojos observan a las gentes, a los rebeldes, para que no se ensober­ bezcan. Bendecid, ¡oh pueblos!, a nuestro Dios; haced oír las voces de sus alabanzas. Él ha conservado nuestra vida y no ha dejado que vacilaran nuestros pies. Tú, ¡oh Dios!, nos has probado, nos has exa­ minado como se examina la plata. Nos metiste en la red, pusiste tu pie en nuestros lomos. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestras cabezas. Pasamos por el fuego y por el agua, pero al fin nos pusiste en refrigerio» (Sal 66, 8-12). «Espanta a las fieras del cañaveral, la manada de los toros, los novillos de los pueblos; prostérnense ofre­ ciendo barras de plata. Dispersa a los pueblos que se deleitan en la guerra» (Sal 68, 31).

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