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32 FELIPE F. RAMOS rio, además del personal y existencial, es una de las dimensiones esenciales de la religiosidad y de la ética veterotestamentaria 80. La desgracia consiste en la exclusión de participar en la pre­ sencia de la salud. Su descripción es multiforme: «ser alejado de su rostro» (Sal 51, 13); nosotros lo decimos más significativamente: «no quiero volver a verte más». A los impíos se les pronostica la lejanía de Dios y su castigo: «la destrucción, el abatimiento, el arrancarlos de su morada, desarraigarlos de la tierra de los vivos» (Sal 5, 5-7.11). «Por eso Dios te destruirá del todo, te abatirá y te arrancará de tu morada, te desarraigará de la tierra de los vivos» (Sal 52, 7). A los impíos se les amenaza con la lejanía de la vida: «Tú, ¡oh Dios!, arro­ jarás a ésos a lo profundo del sepulcro. Hombres sanguinarios y dolosos, no llegarán a la mitad de sus días, mas yo confiaré en ti» (Sal 55, 24). Los impíos experimentarán el castigo por haber maltra­ tado a los justos: «Pero los que tienden asechanzas a mi vida, baja­ rán a lo profundo de la tierra. Serán dados a la espada, serán pasto de chacales» (Sal 63, 10-11). Dios lanza sus flechas contra ellos: «Pero dispara Dios contra ellos sus saetas, y de improviso son heridos». «Que tus saetas han penetrado en mí, y pesa gravemente sobre mí tu mano». «Haz brillar tus rayos y dispérsalos; lanza tus saetas y contúrbalos» (Sal 64, 8; 38, 3; 144, 6 (la imagen la encontramos en Deut 32, 23; Ez 5, 12; Lam 3, 12-13; Job 6, 4). Los impíos se desvanecen ante la presencia de Dios: «Álzase Dios! Desaparecen tus enemigos, huyen a su vista todos los que le odian. Se desvanecen como se desvanece el humo, como al fuego se funde la cera, perecen los impíos ante la presencia de Dios» (Sal 68, 2-3). Tal vez lo más grave es que sean borrados del libro de la vida: «Sean borra­ dos del libro de la vida y no sean escritos con los justos» (Sal 69, 29); son puestos en resbaladero y destinados a la ruina: «Ciertamente los pones tú en resbaladero y los precipitas en la ruina» (Sal 73, 18). Los que la abrasan por el fuego y la asolan (se refiere a la viña, símbolo del pueblo que Yahvé arrancó de Egipto y plantó en la tie­ rra de la promesa) perezcanpor e l enojo de tufa z »(Sal 80, 27). Expe­ rimentarán la suerte contraria a la que disfrutaran los justos: «Haz, ¡oh Yahvé!, bien a los buenos, a los rectos de corazón. Mas a los que 80 G. R avasi, o . c ., I, pp. 276-277, 458-461.

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