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8 FELIPE F. RAMOS 18, 18ss.; 20, 7ss.). Prescindiendo de estas lamentaciones individua les el salterio nos ofrece composiciones oracionales claramente indi viduales en las que el yo orante se distingue claramente de otros israelitas: «Que pueda yo hablar de tu nombre a mis hermanos y ensalzarte en medio de la congregación» (Sal 22, 23). «Aunque me abandonaren mi padre y mi madre, Yahvé me acogerá» (27, 10). «He venido a ser extraño para mis hermanos, extraños a los hijos de mi madre» (69, 9). «Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho para ellos abominable, estoy encerrado y no tengo salida» (88, 9; y otros muchísimos textos más que podrían aducuirse). Este «yo», sin embargo, no debe confundirse con la devoción de una oración moderna, personal, aislada e incluso contemplativa. La oración de los salmos no puede prescindir de los elementos fun damentales del culto de la alianza y de las tradiciones respectivas. E l «yo» es simultáneamente individualy colectivo. La problemática individual no puede separarse de los elementos constitutivos del culto de la alianza; tiene que situarse dentro del marco festivo y del pensamiento histórico-salvífico: creación, historia, salvación, jui cio. Todo ello constituye una unidad perfectamente engarzada. La fusión de pensamientos y sentimientos diversos convergentes en composiciones sálmicas de género literario distinto: himnos, acción de gracias, lamentación y súplica... obedece a que todos tienen su origen en una fuente común, en el compromiso original de la fies ta de la alianza concedida por Yahvé a las tribus y a las personas, que se consideran de su pertenencia. Al estudiar el tema de «La oración individual» ya consideramos como «testimonio misionero» la parte narrativa del orante, que, al comunicar la experiencia de su salvación, la consideraba como un estímulo fuerte que provocase en los demás la decisión de acudir a Yahvé, como él lo había hecho. Este testimonio misionero se ve con firmado si tenemos en cuenta los destinatarios del salmo, que nos es ofrecido ya en estado adulto. El salmista se dirige a los «fieles o devo tos», a los «justos», «santos», «humildes». En la mentalidad del salmista estos nombres son personificaciones de la comunidad: «¡Los que teméis a Yahvé, alabadle! ¡Descendencia toda de Jacob, glorificadle! ¡Reverenciadle todos los descendientes de Israel» (Sal 22, 24). «Cantad a Yahvé vosotros, sus santos, y ensalzad su santo nombre» (30, 5). «Salva a los pobres de la miseria, y multiplica como rebaños sus fámi-
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