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18 FELIPE F. RAMOS se está realizando y escenificando en el presente. Ésta es la clave para la recta comprensión de los himnos, cantos de alabanza, en el AT. Se trata de la participación de la comunidad en la realización divina de la salud, de la reacción de los hombres, que presupone la acción de Dios, en cuanto acontecim iento sacramental y la apro­ piación de la salud-salvación realizada por Dios. Es, en definitiva, el evangelio eterno. «Pero no, yo estaré siempre a tu lado, pues tú me has tomado de la mano. Me gobiernas con tu consejo y al fin me acogerás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos? Fuera de ti, nada deseo sobre la tierra. Desfallece mi alma y mi corazón; la Roca de mi corazón y mi porción es Dios por siempre. Porque los que se alejan de ti pere­ cerán; arruinas a cuantos te son infieles; pero mi bien es estar ape­ gado a Dios; tener en Yahvé Dios mi esperanza, para poder anun­ ciar tus grandezas en las puertas de Sión» (Sal 73, 23-28). El evangelio eterno se manifiesta en este salmo mediante las convicciones siguientes: «estar siempre al lado de Dios, que lleva al orante de la mano»» (la imagen subraya la protección y la seguridad, como en el Sal 63, 9: «Mi alma esta apegada a ti, y tu diestra me sostiene»»); incluso después de la muerte, la proximidad de la gracia de Dios —ya experimentada y disfrutada en esta vida— será acre­ centada porque Dios «en gloria me ha de acoger»»; la expresión entrecomillada la tenemos también en el Sal 49, 16: «Pero Dios res­ catará mi alma del poder del abismo, porque me elevará a sí»»; es utilizada para describir la elevación de Henoc —Gén 5, 24— y la de Elias —2Re 2, 9—. La muerte no puede disminuir ni limitar la comunión con Dios, como dice también el Sal 17, 15 (son los pasajes más claros, aunque sólo veladamente hablan del más allá, hasta llegar al siglo n a.C.); Yahvé es el bien supremo en el cielo y en la tierra: ni la necesidad ni la muerte son capaces de arrebatar la concepción trascendente de la dicha; Yahvé es la herencia más rica y más segura: «Yahvé es la parte de mi heredad y de mi cáliz; él es quien sostiene mi heredad»» (Sal 16, 5). Frente a los que se ale­ jan de Dios, el poeta celebra la proximidad con Dios como el Bien Supremo 66. 6 6 F. N o tsc h e r, o . c ., p. 145.

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