PS_NyG_2003v050n001p0007_0044

16 FELIPE F. RAMOS ser (de su nombre y de sus actos salvíficos) y de su voluntad (los mandamientos). Particularmente en los salmos de alabanza, el oran­ te, ante la actualización y la presencialización del acontecimiento salvífico, se siente envuelto en el mismo, disfrutando de la acción salvadora de Dios arrancado del misterio de las tinieblas y traslada­ do al reino de la luz (Col 1, 13). Estas ultimas consideraciones las ponen también de relieve el cambio mismo de la forma verbal utilizada para anunciar la buena nueva o el evangelio eterno: la forma del p erfecto expresa lo ya rea­ lizado; la del im perfecto apunta al acontecimiento actual presenciali- zado. Esto explica que los participantes en la celebración litúrgica hayan oído o visto las «justicias» salvadoras de Dios realizadas muchos siglos atrás: «Con nuestro oído, ¡oh Dios!, hemos oído; nos contaron nuestros padres la obra que tú hiciste en sus días, en los tiempos antiguos. Tú, con tu mano, echaste a las gentes y los plantaste a ellos. Afligiste a los pueblos y los arrojaste, y a ellos les hiciste germinar. No se apo­ deraron de la tierra por su espada ni les dio su brazo la victoria; fue tu diestra, tu brazo, la luz de tu rostro, porque te complaciste en ellos. Tú, ¡oh Dios!, eres mi rey; tú das victorias a Jacob» (Sal 44, 2-5). «Venid y ved las obras de Yahvé, los prodigios que ha dejado él sobre la tie­ rra» (Sal 46, 9). «Como lo habíamos oído, así lo hemos visto en la ciu­ dad de Yahvé Sebaot, en la ciudad de nuestro Dios. Dios la hará sub­ sistir siempre» (Sal 48, 9; otras citas, no menos explícitas y elocuentes, nos ofrecen los Sal 66, 5; 78, 3-8; 81, 8-11; 95, 7-11; 114, 1-8). Las sagradas tradiciones de los antepasados se transmiten de generación en generación como sabiduría vieja, como ley de Dios y como costumbre sacra (Éx 10, 3; 13, 14; Deut 4, 9; 6, 7; 32, 7; Is 38, 19; Job 8, 8; 15, 18, Sal 22, 31-32; 44, 2; 48, 14; 71, 18; 102, 19; 145, 4; otras referencias nos ofrecen los Sal 78, 3-6; 81, 8.9-11; 75). «Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo extraño, fue Judá su santuario, Israel su tierra de dominio. Vio el mar y se apartó, el Jordán se tornó atrás, las montañas saltaron como cameros, como corderos las colinas. ¿Qué tienes, mar, para apartar­ te; y tú, Jordán, para volverte atrás; montañas, para saltar como car­ neros; como corderos, vosotras las colinas? A la vista del Señor danza la tierra, a la presencia del Dios de Jacob, el que torna la roca en un estanque, el pedernal en una fuente de agua» (Sal 114).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz