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512 ANTONIO DE OTEIZA Tiempos y soledades para conformar sus lenguajes, milenios en sus particulares hábitats. Fueron creativos para sus lenguajes, y si tantos de ellos no lo fueron para otros inventos, pudo ser por la excesiva placidez con la naturaleza en que vivían, o quizá por cierto sagrado respeto. Hoy podríamos ir señalando los grupos humanos que en muy breve tiempo van a desaparecer, las etnias de unos pocos centena res de individuos, y otros ya no llegan a cien, les bastará la instala ción de un pozo petrolero en su población y más abajo, a otros, las aguas del río les quedarán envenenadas, y todos desaparecerán. El terrateniente que ambiciona sus tierras, y el otro sus árboles, son maneras de destrucción, y más que hay. Son las vivencias de una conciencia destructiva. Si en estos retrocesos caminan las vidas de los hombres, peor aparece la cuenta que podamos hacer del mundo vegetal y animal, especies que fueron multiplicándose, amplificándose en riqueza de vida, y que ahora las vemos desaparecer, como si la línea que alcan zó una máxima altura, ahora estuviera en un descenso desesperado, hacia una muerte que ya casi se puede vislumbrar, que fuera a hun dirse en la nada, una naturaleza necesariamente herida de muerte. Puede ser que la destaicción de unas especies den lugar a que aparezcan otras, pero lo primero se hace con mayor rapidez que el desarrollo de las nuevas. Hubo otro tiempo, cuando se cumplían los mil años de nues tro calendario, el terror por el fin del mundo que creían ya llega ba, un monje ilustró el Apocalipsis, acoplando sus propias sensa ciones del momento con el tema del libro, pero pasó el tiempo y llegó el olvido. Cada tiempo trae sus afanes; ahora, en otro milenio, dos Torres Gemelas cayeron a tierra y en el panorama de la gran ciudad, en aquel espacio, quedó un vacío, se hizo el silencio, el desamparo; al artista se le imponía un nuevo tema, no podía evadirse con otros distintos paisajes, fáciles y de alegría, en los que pudiera trabajar hasta ese día; la ciudad no estaba para eso ni el artista tampoco, nace un tercer milenarismo. La naturaleza herida en el mismo hombre, ya sobresaltado por las nuevas y distintas amenazas.
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