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510 ANTONIO DE OTEIZA nen su vuelo, bajan la cabeza, alargan más el cuello; si nada ven, siguen el vuelo; así van por el cauce, sin detenerse mucho, que no se les haga la noche. Otros tienen largas alas y estrechas, tienen que aletear más con­ tinuadamente, su vuelo es más trabajoso. Las garzas se van posando en lo alto de los árboles, parece que conocieran todas las ramas del camino, que los árboles les pertenecieran, más identificadas con la ribera, pausado su vuelo. Las gaviotas son pleiteadoras, vuelan y gri­ tan enemistadas entre ellas; van tres o cuatro, ésa es su costumbre, se dispersan y vuelven a encontrarse y gritarse. Hay otros pájaros, pequeños, que parecen muy sociables; van a una y otra orilla como si fueran llamando a los demás, se aproximan a los que van encon­ trando, ponerse de acuerdo para reunirse todos, ya seguir juntos, y el número va aumentando y todos, reunidos, siguen el camino. Así veía pasar sobre el cauce del río los pájaros. Cada día de nuestra existencia es un continuo viajar en la natu­ raleza; es que también eso mismo lo somos nosotros, y en ella esta­ mos. Todo lo cósmico y el hombre son, somos de la misma raza, y desde cada ángulo en que nos miremos se nos multiplicarán las reflexiones, que toda presencia es ya un objeto de experimentación, y para aquella mente que se detiene en la teoría, los que meditan sobre la metafísica del ser, sus lenguajes discurren fuera de lo sen­ sorial, y se hace ya un mundo aparte, fundamental, pero ya fuera de nuestro particular discurso. A esta nuestra insistencia por sentir la cercanía cálida de la naturaleza la consideraríamos de cierto sentimiento estético, pues llegamos a descubrir en esta naturaleza un magisterio para nuestras creaciones de arte. Será su repetición, su insistencia en las proporciones, con que se descubre la naturaleza viviente y que viene a llamarse «secciones áureas». Así llegamos a sospechar que todos venimos configurados por igual desde un mismo origen, que estamos en una hermandad uni­ versal, y por eso, a esas secciones, otros vengan a llamarlas «divinas proporciones»» (1, 2, 3, 5, 8, 13...). El mismo ritmo en la composición aparece en los vegetales, la fauna, el hombre. A un árbol le crecerán las ramas a unas distan-

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