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NATURALEZA HERIDA Y EL ARTE 509 leza ni es compañera ni maestra, son existencias en las que esta­ mos, pertenecemos a ellas, crecemos y somos en esa naturaleza, como nosotros mismos si hubiera crecido nuestra vida ahí. La mujer y sus cuatro hijos son también de esa naturaleza, que saben también acomodarse a lo distinto, y ellos nos traen a la vez esa fragancia distinta, pero si el hombre se especializa en la aglomera­ ción y en el asfalto, podrá olvidársele todo este pasado recuerdo. La naturaleza es el marco natural del ser humano, es nuestra vida. Las plantas nos ofrecen sus medicinas para las dolencias del cuerpo y para que sus energías mentales se despierten, las aguas hacen descanso a sus fatigas, las piedras curativas, y en esa intimi­ dad de vida con el hombre de la selva se le despertaron sus senti­ dos, particularmente el oído y el olfato, y una capacidad cognosciti­ va le creció por todo su cuerpo para defenderse de las fuerzas adversas con el instinto rápido. Y la otra naturaleza, la que no está al alcance de nuestra expe­ rimentación inmediata, las fuerzas de las estrellas y los átomos, sus particulares y difíciles conexiones, fuerzas que nos controlan y deter­ minan, mundos astrales y microscópicos que dan respuestas a nues­ tras mismas existencias. Me parecía que esa nuestra existencia se detenía por unos bre­ ves instantes a una misma y exacta hora de la tarde, en el horizon­ te de la selva la luz quedaba en quietud, era un silencio visual, y nada sucedía, era la experimentación de que nos había abandona­ do el tiempo a la misma hora, subiendo el río Madeira, un poco antes de la caída de la tarde; como si la luz, alcanzada ya su totali­ dad, se detuviera ya brevemente para comenzar el descenso a la noche, ya de vuelta del viaje de cada día. Lo mismo sucedía a esa hora con los pájaros: iban de vuelta a sus nidos a lo largo del ancho cauce del río. Los pájaros, en sus vuelos, son como las gentes en sus anda­ res; cada cual también tiene su vuelo, es la hora en que ellos vuel­ ven para recogerse, se marchan por el camino del río; unos vuelan como las mariposas, a golpes, se paran y siguen, planeando un poco para seguidamente volar, mariposeando. Otros aprovechan su vuelta y la última luz para pescar, si es que algo encuentran; detie-

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