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458 ALEJANDRO DE VILLALMONTE cada de la intimidad personal (privacy). El hecho de exigir la mani­ festación individualizada de los pecados, en especie y número, ha creado el peligro y el hecho de codificar y «juridizar» el pecado en el proceso de la reconciliación del pecador. El insistir en la ‘índole judicial’ del rito sacramental, en la obligación de imponer satisfac­ ción penal proporcionada a las faltas confesadas, ha llevado a la constatación de que el justamente llamado «sacramento de la miseri­ cordia», con excesiva frecuencia y dado el modo concreto de ser administrado (más que celebrado), no esté consiguiendo la debida estima por parte los católicos. Las satisfacciones sacramentales apa­ recían como una deuda que habría que pagar a la justicia vindicati­ va de Dios y de la Iglesia. Con los inconvenientes doctrinales y prácticos que esta ‘teología de la pena’ lleva consigo, según comen­ taremos. También aquí ‘el cisma’, la escisión ente el pueblo cristia­ no y la Iglesia oficial, jerárquica, es bastante visible. 6 . De LA CONDENA DEL PLACER A LA ÉTICA DE LA SEXUALIDAD Desde los primeros siglos del cristianismo ha dominado en la Cristiandad occidental la convicción de que el placer en general y el placer sexual en particular no podía disfrutarse sin algún grado de pecado. Al menos así ocurría en el comportamiento del «hombre caído», expulsado del Edén tras la prevaricación de Adán. Estaba en vigor este viejo adagio: en el «hombre caído» la concupiscencia es hija del pecado y madre del pecado. Idea que se encuentra en san Agustín, y que es repetida de coro por la tradición teológica poste­ rior. Por eso, la satisfacción-goce del placer sexual es siempre peca­ do, más o menos grave, y no puede procurárselo el hombre si no es por motivo de contribuir a la propagación del género humano, hasta completar el número de los elegidos (según decían), o como «remedio de la concupiscencia», incluso dentro del matrimonio. Siguiendo la tendencia de los moralistas católicos actuales, se postu­ la una nueva comprensión de la sexualidad como realidad interper­ sonal, más destacadamente humana, que recupere los valores posi­ tivos del sexualidad y su importancia en el desarrollo integral del ser humano bisexual. Desde su base biológica, en su psicología, en sus actividades culturales y espirituales como ser personal; en el campo de la vida individual y en la vida social.

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