PS_NyG_2002v049n003p0451_0503

EL CISMA EN LA IGLESIA CATÓLICA 503 y no digamos nada de las explicaciones bíblicas de la creación del Uni­ verso y del hombre. No estamos hablando de gentes descreídas, de após­ tatas, de católicos que han renegado de su fe ni siquiera de bautizados que han abandonado por completo las prácticas religiosas. Estamos hablando de católicos practicantes, de católicos que se casan en la vica­ ría, bautizan a sus hijos, asisten a misa, confiesan alguna vez, comulgan más o menos frecuentemente, conocen el catecismo y entierran cristiana­ mente a sus muertos. Esos católicos no combaten tales dogmas, tales preceptos o tales teo­ rías. Se limitan a no tenerlas en cuenta o tomarlas en serio. En el mejor de los casos consideran que se trata de vestigios culturales, históricos, reli­ giosos ya superados, o de meros consejos que pueden ser desoídos por­ que ya no tienen vigencia alguna y deben ser sustituidos por otras con­ vicciones propias e internas. Muchos católicos han rectificado el concepto tradicional del pecado y por supuesto de la pena y condenación eternas. El castigo eterno se rechaza incluso para el Diablo, en el improbable caso de se que acepte la existencia real del Diablo tal como se nos ha presen­ tado hasta ahora. Me parece que el rechazo de condenación eterna del Diablo se encuentra ya en Papini. Las ideas de Cielo y de Infierno, del pecado como ofensa infinita, el estigma hereditario del pecado original, la demonización del sexo en sus manifestaciones más naturales y espontáneas, el simbolismo infantil de la creación del mundo y del hombre. La invitación paulina al celibato o la soledad sexual, la exclusiva sacerdotal del perdón, la religión entendida como catálogo de pecados y la Iglesia como poder, han dejado de ser patrimonio doctrinal de los católicos, incluso de los más fervorosos y sin­ ceros. Cisma éste casi silencioso y pacífico. Pasivo, pero formidable». Jaime C ampmany

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz