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500 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Edad Media cristiana (en época de la Cristiandad medieval), en la exitosa Contrarreforma de la época postridentina. 5. En el siglo xvi rehusó, en forma reflexiva y tenaz, aculturar su liturgia y su ciencia teológica a la lengua de Lutero, de fray Luis de León, de Shakespaere. En el siglo xix el gran papista J. de Mais- tre proclamaba a la lengua latina la lengua del imperio espiritual del Papa. Frente a la cultura secular de los Ilustrados del siglo xvin y siguientes, hombres como J. de Maistre y J. Donoso Cortés soña­ ban con la restauración de la Cristiandad medieval. En el siglo xx parece que se ha aferrado a la «filosofía perenne»» (elaborada meri­ toriamente en la Edad Media) y la han escogido para que siga sir­ viendo de tejido filosófico y cultural indispensable para vehicular los contenidos del Mensaje evangélico para todos los tiempos y para todos los lugares. Con excesiva frecuencia y reincidencia a éstas y a otras instituciones y adquisiciones epocales se le ha dota­ do de un valor absoluto que pretende superar el tiempo y el espa­ cio. Parece incluso como si quisieran dotarlas de cierta pátina de infalibilidad participada, de segundo grado, al menos. Por parte del Magisterio oficial de la Iglesia católica (y la teo­ logía oficializada que le sirve) parece como si se quisiera imitar el procedimiento que (sin duda con ironía) se dice seguía el senado romano en sus actuaciones: «el senado romano nunca se equivoca y, si se equivoca, nunca debe dar entender que se ha equivocado»». Similar ironía, dentro del ámbito coloquial, contiene aquel dicho tan citado en España: «Procure siempre acertalla/ el honrado y prin­ cipal, / pero si la acierta malV, sostenella y no emendalla». El autori­ tarismo y el aferramiento a viejas verdades, que suelen darse en simbiosis, provienen del «miedo a la libertad»». Miedo que, según interpreta el conocido psicólogo E. Drewermann, proviene del modo cómo se ha entendido y vivido el ‘dogma’ del pecado origi­ nal 40. Es normal, porque de una libertad congénitamente corrom­ pida por el pecado, se puede temer siempre lo peor. Tanto a esca­ la individual como social. Y, al fondo, el escándalo-tropiezo de la teología de la pena. En la cual Dios aparece actuando en el mundo más según el ‘rigor de la Justicia, que según el ‘rigor del Amor’. Y 40 E. D r ew e R í M an n , en Herder Korrespondenz, 1989, p. 458.

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